Justo Mendoza: El pacto de nosotros con nosotros mismos

Justo Mendoza: El pacto de nosotros con nosotros mismos

Justo Mendoza

“Y tomé los principales de vuestras tribus, varones sabios y expertos, y púselos por jefes sobre vosotros, jefes de millares, y jefes de cientos, y jefes de cincuenta, y cabos de diez, y gobernadores a vuestras tribus.”
(Deuteronomio 1:15)

Este versículo nos narra que Moisés ayudado por la guía de Jehová, Nuestro Dios, eligió a quienes sobre las cabezas del pueblo escogido -migrantes por centenas de miles en huida desesperada de liberación- lo dirigirían luego de 40 años de vagar por el desierto como castigo por sus indecisiones, equivocaciones, mezquindades y negaciones; pulsiones todas generadas por las ambiciones de poder y control, el divisionismo, la corrupción, y el inmediatismo y beneficio personal o tribal, hasta el colmo de aliarse contra el opresor, el faraón.

La sabiduría -que es don de El Señor- llevó el ánimo de Moisés a asegurar el éxito de la marcha del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, escogiendo los mejores para conducir y gobernar. Y los mejores eran entendidos del conocimiento de su pueblo, prudentes al decidir, valientes y firmes para cumplir con la voluntad de Dios, incorruptibles y humildes para administrar el poder entregado por Jehová y así jamás volver a la esclavitud ni abandonar la disciplina para edificar la nación, así como templanza para no rodar al abismo de las ambiciones y la degradación moral tras las riquezas que son del pueblo ni aliarse con los ídolos o fetiches de la mentira y la ofrenda: su único propósito fue llegar hasta hasta el final y conquistar el asiento para el pueblo y la paz.

El pueblo necesita grandes guías para los asuntos que les son comunes: escoger los mejores, los más dispuestos al sacrificio sin temor a los peligros y tentaciones, con la firmeza que da el saber que cuando bien se actúa se recibe los frutos de la victoria. Moisés supo -escarmentado por su conflicto de fe- tras hacer añicos Las Tablas de la Ley- que de entre el pueblo, y en este, estaban los designados, sin protagonismo ni vanidad, por la voz de Dios.

Los pueblos requieren y necesitan mujeres y hombres -varonesas y varones- que sean los mejores, para lograr desarrollo económico con el trabajo y el sudor de la frente, sin corrupción ni vicios; para alcanzar la estabilidad política -tras abatir la anarquía y el caos inducido- bajo el imperio de la ley y su obediencia -dura e implacable- que sea virtuosa y justa; y formular el cambio y la transformación por, desde y con los ciudadanos, a partir de sus visiones, en la diferencia plural y el consenso de la prosperidad posible, viable y sustentable, bajo el propósito de logro del bien común y el respeto al esfuerzo y afán individual y propio.

Solo la fe -terca fe de dedicados- por la felicidad común, sumatoria de los esfuerzos particulares, de cada uno, y la solidaridad como agregado para el disfrute de todos, es posible atravesar este desierto y vencer las hordas inciviles que nos quitan el don de Dios: la esperanza y la alegría.

Desde el sacrificio y el esfuerzo, bajo el pacto del pueblo, escogidos los mejores, depondremos al fetichismo del poder y descoyuntaremos los tratos de los falsos.

La inteligencia al servicio común, la organización interactiva del pueblo y con el pueblo empoderado, haremos grande nuestro destino, desde nosotros y con nosotros mismos.

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