En nuestro caso se trata del 25% de lo que era la población venezolana hace apenas unos años. Si el gigante asiático hubiese sufrido una hemorragia poblacional de la magnitud venezolana, eso se traduciría en 361 millones de chinos viviendo fuera de su país, lo cual equivaldría a una población mayor que la de todos los Estados Unidos hoy. El otro hecho significativo es la rapidez con que se ha producido esa salida de compatriotas. Mientras que la emigración china es una historia de décadas, cuando menos, la de Venezuela es algo de muy pocos años, producto exclusivo del régimen chavista.
Al tiempo que se relatan las enormes penurias y dificultades que una gran mayoría de estos emigrantes venezolanos enfrentan para escapar de las calamidades chavistas, se celebran también sus capacidades para salir adelante, establecerse en territorios distantes, y emprender nuevas actividades en las cuales resultan muchas veces exitosos. En realidad, la literatura sobre los emigrantes en general habla de algunas cualidades particulares que poseen estos individuos, entre las cuales destaca su capacidad de emprendimiento.
Se señala que una persona dispuesta a salir de donde está para tratar de comenzar una nueva vida en un lugar distante, posiblemente nada familiar, cuyo idioma y costumbres no conoce, es una persona con alta motivación al logro y capacidad para tomar riesgos, factores muy asociados al talento emprendedor. Por esta razón, en la medida en que esa diáspora se mantenga conectada con el país de alguna forma, ella representa un activo valioso para cuando llegue la oportunidad de la reconstrucción nacional, conjuntamente con los valerosos venezolanos que han elegido quedarse en su tierra natal, a quienes también hay que recordar y honrar por su coraje.
Al enaltecer las virtudes de los que han emigrado no olvidamos a los héroes anónimos que permanecen en el país resistiendo al régimen de mil maneras. A ellos no les toca cruzar el Darién. Viven en el Darién. Los que se quedan en Venezuela por decisión propia, junto a los que permanecen allí por no tener la posibilidad de algo distinto, no solo luchan por sobrevivir, sino que también desempeñan un papel crucial en mantener viva la llama de la esperanza por la recuperación del país. Son el punto de referencia de aquello por lo que se está luchando. En un sentido más profundo se mantienen como guardianes de la identidad venezolana, garantizando que las futuras generaciones puedan conectarse con sus raíces. La resiliencia es una de las cualidades más admirables que se puede poseer, y es una característica inherente a aquellos que han decidido quedarse en Venezuela. Han aprendido a adaptarse a circunstancias cambiantes, a encontrar soluciones creativas y a mantener la cabeza en alto, incluso en los momentos más difíciles.
Los venezolanos que siguen en Venezuela son los que, aún sin saberlo o proponérselo, hacen que siga existiendo un país llamado Venezuela por el cual se batalla. Muchos de ellos, cuando abren el grifo que no da agua, cuando pasan el suiche de una luz que no prende, cuando se paran en una estación de gasolina donde no hay gasolina, mantienen la demanda y la presión de un país que quiere ser normal, que quiere vivir como un país civilizado. Ellos mantienen en jaque al régimen. Están escribiendo la historia de un país que se niega a rendirse. A través de pequeñas victorias cotidianas, están sentando las bases para un mañana que refleje la fuerza y la determinación del pueblo venezolano.
En última instancia, al celebrar el valor de los que se van celebramos también el valor de los que se quedan en Venezuela, reconociendo y honrando la resiliencia y el sacrificio de aquellos que día a día enfrentan la adversidad en nuestra tierra natal. Ellos mantienen viva la llama de la esperanza y construyen los cimientos de un futuro digno de la lucha que están librando. Son el alma valiente de Venezuela, y su legado será recordado con gratitud y admiración por las generaciones venideras. A mis compatriotas que viven en Venezuela hago este reconocimiento.