El pasado 2 de agosto la vida cambió para siempre para Daniel Sancho, pues esa noche terminó con la vida de Edwin Arrieta de una forma especialmente cruel. Le degolló cuando aún estaba vivo y le troceó para esparcirlo por la isla de Tailandia en la que escondió su romance de un año, aunque él se sintiese como en una jaula dorada. Pero realmente ahora sabe lo que es sentirse encerrado, pues después de las pruebas que pesaban sobre él, no tuvo más remedio que confesar la autoría del crimen y, tras la reconstrucción frente a la policía, terminar ingresando en la prisión de Koh Samui.
Por larazon.es
Aquí estará cumpliendo condena provisional hasta la celebración del juicio que determine qué sucederá con él. Mucho se ha hablado de sus precarias condiciones de vida entre rejas, pero hasta ahora no habíamos tenido oportunidad de ver cómo es la cárcel en la que se encuentra desde dentro.
Ha sido Ana Rosa Quintana, en su nuevo programa en las tardes de Telecinco, ‘Tardear’, quien ha mostrado en exclusiva las primeras imágenes del centro penitenciario. Aún se encuentra recluido en el módulo de enfermería, después de un mes y medio, cuando lo habitual es que pase por aquí tan solo los diez primeros días. Pese a ello, ya se está haciendo a una idea de cómo será su futuro como recluso en Koh Samui, aunque por ahora goce de ciertos privilegios por sus problemas de salud. Viendo las imágenes a las que ha tenido acceso el citado programa, es fácil pensar que su vida de lujo y ostentación de la que gozaba antes, han terminado, para tener que luchar por su propia supervivencia en condiciones infrahumanas.
Son numerosas las imágenes mostradas en exclusiva por el citado programa, pero quizá lo que más interés cobra ahora es ver cómo dormirá Daniel Sancho. Lo hace en pequeñas celdas en las que pueden dormir más de una treintena de reclusos, que duermen sobre finísimas colchonetas azules. Cada uno tiene la suya, pero luego encontrar sitio es otra cosa, pues deberá amontonarse junto al resto de compañeros de celda para protegerse de las inclemencias del tiempo, dejando a un lado la repulsa que pueda surgir ante la falta de higiene y pulcritud reinante. En la puerta de la celda, un listado con los reos y sus fotografías, para así facilitar la tarea de recuento en caso de que falte alguno.
Se levantan a las seis de la mañana al son de una alarma y tienen media hora para recoger sus colchonetas y estar listos para ir al lavado a asearse. No hay turnos, hay que hacerse valer para acceder a las duchas y si no llegas a tiempo y no estás avispado, ese día no podrá lavarse. A las ocho tienen cita obligada en el patio para cantar el himno nacional con sus correspondientes monos azules, a excepción de los novatos, que son identificados con el color marrón. Media hora después llega el desayuno, arroz y caldo, aunque pueden comprar más en el economato. Mientras tanto, los agentes de la prisión revisan las taquillas en busca de drogas, pues hay tolerancia cero con las sustancias estupefacientes.
Por último, otro de los puntos de especial interés de la cárcel de Koh Samui es la sala de visitas. Aquí es donde Daniel Sancho se reencuentra con su madre, Silvia Bronchalo, cada día, bajo la atenta mirada de los funcionarios, que no les dejan intimidad ni privacidad. Una veintena de cabinas separadas por cristales que han sido testigo de los instantes en los que el joven se venía abajo al confesar el crimen a sus progenitores, así como conocer las últimas nuevas sobre su defensa en boca de sus abogados. Un contacto que no puede extenderse demasiado, pero que suponen el único nexo de unión con el exterior, con su vida anterior, antes de regresar a las duras condiciones de vida entre rejas. A las nueve de la noche, las luces se apagan y dan por finalizado el día. Es obligatorio dormir.