Antuán tiene 4 años. Acaba de colorear un monstruo con un creyón verde. No fue el primero que coloreó. Cuando Antuán llegó al Centro de Atención para Personas Migrantes y Refugiadas (CAPMIR) —a unos pasos de la frontera Aguas Calientes, entre Honduras y Guatemala— le dio vida a un monstruo color naranja, cuyo emocionómetro lo ubica como un monstruo frustrado. El verde representa la calma.
Por VOA
Mientras sus padres reciben asesoría para obtener refugio migratorio en Guatemala o información sobre el resto de la ruta migrante, Antuán y otros niños se divierten en una sala de juegos donde el mundo les es diferente: hay rompecabezas, colores, hojas de papel y frases que repiten “todos los sentimientos están bien”.
Lo primero que Antuán hizo al llegar al salón para niños fue hablar sobre sus emociones a través de los monstruos de colores. Luego se abrió a otras realidades y comenzó a dibujar la casa de sus sueños donde él es más grande que la casa y donde levitan corazones en el cielo.
El niño venezolano recién ha cruzado la selva del Darién —entre Colombia y Panamá— una ruta por la que pasan miles de migrantes desde el sur de América hacia Centroamérica. En los primeros seis meses de 2023, más de 40.000 niños y adolescentes cruzaron la selva, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).
Para Daniela Gutiérrez, coordinadora regional adjunta del programa de protección a personas migrantes y desplazadas internas del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en México y América Central, los flujos migratorios se han complejizado y cambiado en los últimos años.
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