Sidney Godfrey estaba sentado en el asiento del pasajero de un camión que cruzaba lentamente un dique una noche de 2018. A estas alturas de la estación seca de Florida, el aire estaba denso con el olor a barro que flotaba desde los canales expuestos y los humedales a lo largo del borde de Biscayne. Bahía, al sur de Miami. Godfrey, un biólogo de vida silvestre, mantuvo su mirada (y su lámpara frontal) apuntando hacia abajo para iluminar el agua en la base del dique.
Por Freda Kreier | The New York Times
El brillo de un ojo de reptil procedía de un bosque de pinos australianos que había debajo. La caza estaba en marcha.
Era la primera noche de investigación del Sr. Godfrey con Croc Docs, el apodo de un laboratorio de la Universidad de Florida con sede en Fort Lauderdale. Él y Ed Metzger, el líder de la encuesta de esa noche, salieron del camión y comenzaron a caminar hacia el objetivo. Pronto se encontraron caminando entre el lodo. Sus piernas atravesaron capas de agujas de pino mezcladas con barro. Cada paso sacaba a relucir el olor a cosas muertas y en descomposición.
El dueño de los ojos brillantes había visto a la pareja y estaba haciendo todo lo posible para alejarse de los pesados ??humanos. Pero los investigadores persistieron, lenta y dolorosamente, caminando hacia un animal que no era ni un caimán característico de Florida ni un cocodrilo nativo. En cambio, su presa era un caimán de anteojos de dos metros de largo.
Los caimanes del sur de Florida no son tan conocidos como sus primos caimanes. Hace medio siglo, los caimanes fueron sacados de sus países de origen en los humedales tropicales de América Latina y llevados a los Estados Unidos para el comercio de cuero y mascotas. La mayoría de los cientos de miles de caimanes importados a Estados Unidos durante la década de 1970 perecieron. Pero unos pocos resistieron en el extremo sur del Estado del Sol. Como muchas especies invasoras en Florida, se han convertido en una molestia.
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