El Alzheimer fue descrito por primera vez en el año 1906 por el psiquiatra bávaro Alois Alzheimer. Sin embargo, la mayoría de los afectados seguían estando muy infradiagnosticados hasta que, en el año 1976, el neurocientífico de la Universidad de California, Robert Katzman, publicó un trabajo en Archives of Neurology sobre la enfermedad. Gracias a ese trabajo, la enfermedad fue realmente conocida entre la comunidad médica y se descartó la idea de que los síntomas del Alzheimer fueran una consecuencia normal del proceso de envejecimiento.
Por La Razón
En el año 88, Robert Katzman estudió la evolución de los cerebros de 137 personas de unos 85 años, más o menos, y cómo estos se veían afectados por el proceso de envejecimiento. Muchos de ellos habían sido diagnosticados con demencia senil y Alzheimer, entre otras dolencias. Lo interesante llegó en el examen post mortem.
Cuando estudió el cerebro de los ancianos, Katzman descubrió que había 10 de ellos que mostraban las mismas lesiones a nivel cerebral que quienes padecían Alzheimer y, sin embargo, nunca habían sido diagnosticados mientras vivían. De hecho, cuando habló con las familias, estas reportaron no haber notado ninguno de los signos de la enfermedad en ellos.
Es decir, aunque dos personas presenten las mismas alteraciones anatómicas, puede que una de ellas manifieste los síntomas y la otra no. Más tarde se descubrió que aquello no era algo tan excepcional. De hecho, alrededor de un 25% de las personas que cumplen con los criterios anatomopatológicos de una enfermedad neurodegenerativa como el Alzheimer, nunca llegan a manifestar el deterioro cognitivo.
En un primer momento, los neurocientíficos como Robert Kazman pensaron que esta capacidad de tolerar un mayor grado de la enfermedad estaba relacionada con las características morfológicas y fisiológicas del cerebro, como el mayor tamaño del mismo, una mayor cantidad de neuronas o la mayor densidad sináptica. Sin embargo, con el paso del tiempo y a la luz de las nuevas investigaciones, se descubrió que -en realidad- las personas no somos totalmente pasivas en el desarrollo de la enfermedad, sino que existen algunos hábitos que pueden favorecer que el cerebro mantenga su funcionamiento normal durante más tiempo.
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