Algunos asesinos en serie hicieron comentarios espantosos antes de sus ejecuciones, todos sobre su sed de sangre. Otros se quejaron de sus últimas comidas o hicieron bromas inquietantes sobre la ineptitud de sus verdugos para matar. Pero no el infame Ted Bundy.
Por Mirror
Mientras lo ataban a la silla eléctrica el 24 de enero de 1989, dijo 12 palabras escalofriantes que no eran en absoluto las palabras que uno esperaría escuchar de un asesino en serie convicto y confeso: “Me gustaría que le dieras mi cariño a mi familia y amigos”.
Luego, el hombre de 42 años murió electrocutado y las familias de sus más de 30 víctimas obtuvieron el cierre que habían estado esperando desde la década de 1970. Más de diez años atrás, era una época desgarradora, plagada de matanzas, actos sexuales atroces, dos fugas de prisión y muchísimo terror.
Ted Bundy, un estudiante de derecho conocido por su increíblemente buena apariencia, confianza y carisma, no era la persona que Estados Unidos esperaba que fuera cuando fue arrestado y juzgado por 36 asesinatos.
La ola de asesinatos comenzó en 1974 y no terminó hasta 1978, cuando finalmente fue capturado (esta vez para siempre) por un oficial de policía en Pensacola, Florida. Anteriormente había sido arrestado en Colorado en 1975, condenado por el secuestro de una joven que había sobrevivido a sus enfermizas insinuaciones.
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