“Miente, miente, miente que algo quedará; cuando más grande sea una mentira, más gente la creerá”
Joseph Goebbels
El próximo domingo 19 de noviembre, los argentinos decidirán si siguen con el mismo modelo empobrecedor que existe en su país desde el triunfo de la democracia o si apuestan por el cambio. La continuidad está en manos de Sergio Massa, actual ministro de Economía y quien se identifica ahora como un peronista de centro. Una ruptura de esa continuidad está en las manos del controversial Javier Milei
La nación gaucha ha vivido bajo la influencia del peronismo desde hace 78 años, conformando una cultura caracterizada por un enfoque en el estatismo, los sindicatos y un nacionalismo económico. José “Pepe” Mujica lo define como “una especie de mística” y no como un partido político en el sentido tradicional.
El sentimiento nacional argentino incluye el populismo ?una fábrica de pobres?. La máxima en las elecciones de que “es la economía, estúpido” la razón fundamental para que los electores castiguen al gobierno de turno no aplica en la tierra de Perón. Una gran mayoría de argentinos esperan que el Estado les dé para sobrevivir, sin importarles los grandes hechos de corrupción (Julio “Chocolate” Rigau, Martin Isnaurralde, Cristina Fernández), la inflación, la devaluación de la moneda causados durante los veinte años de kirchnerismo. Sus stakeholders se conducen bajo las relaciones de una empresa criminal, por lo que buscan mantener el poder a toda costa.
Hace cuatro años, el escenario político tuvo como protagonistas a Alberto Fernández con Cristina de Kirchner, una vicepresidenta que nunca quiso ceder el poder. En aquel momento, la narrativa estuvo centrada en el mensaje “vamos a poner a la Argentina de pie”, para lo que ofrecieron un gran acuerdo entre todos: el Estado, los que trabajan y los que producen.
En la actualidad es Sergio Massa quien se presenta como un arquitecto del consenso y el diálogo, buscando formar un gobierno de unidad nacional que reúna a los más capacitados con el objetivo de impulsar la transformación social y económica de Argentina.
Durante 15 meses como superministro de Economía, Massa no ha podido poner “Argentina de pie”. La excusa ha sido la deuda con el Fondo Monetario Internacional, la pandemia y después el fenómeno del Niño. Sin embargo, los números indican que en su gestión ha habido un incremento de la pobreza en 11%. En el primer semestre de este año, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, 40,1% de la población se ubica dentro de lo que se considera el rango de pobreza, lo que equivale a 18,6 millones de argentinos.
El índice de precios al consumo ha tenido un fuerte incremento en los últimos 2 años. En 2022, la inflación cerró en 94,8%. Y la interanual en octubre se ubicó en 142,7%, uno de los índices más elevados del mundo.
Desde que Massa asumió las funciones de superministro y la cartera de Economía se triplicó la inflación, cayó el poder adquisitivo en 41%, se incrementó en 2.219.972 la población pobre y es la primera vez que hay trabajadores pobres.
Para enfrentar esta realidad, el kirchnerismo se esfuma del escenario electoral, aunque estará en la lista de actores claves en un nuevo gobierno peronista. Además, Massa instrumenta el “Plan Platita” para reforzar el control social de la población y que tenga miedo al cambio, que crea que ?aun cuando está mal ahora? si gana Milei va a estar peor.
Para ello, Massa ha repartido casi 2% del PIB (5.500 millones de dólares) en bonos para jubilados, sumas fijas para trabajadores, congelamientos de tarifas y acuerdos de precios, rebajas del IVA en alimentos, alivio fiscal para cuentapropistas y créditos, la eliminación de la cuarta categoría del Impuesto a las Ganancias, entre otras, según el periodista de LN+ Luis Majul.
El foco principal de la campaña electoral ha sido el fortalecimiento del populismo ?una especie de mística? arraigado en el inconsciente colectivo argentino, la fuerte presencia del Estado en la vida diaria desde la educación y la salud pública hasta los subsidios al transporte.
Por otra parte, la elección del 19 de noviembre tiene impacto en el eje geopolítico. Lula da Silva se juega un aliado dentro de la geometría del poder global que busca reconfigurar los patrones financieros, de inversión y comerciales con China, que fortalece sus lazos comerciales con el Sur global, diversificando sus relaciones respecto a Occidente. Asimismo, un cambio de administración en Argentina puede significar el regreso de gobiernos liberales a América Latina, amenazando el proyecto del Grupo de Puebla y el Foro de Sao Paulo.
Massa, con su promesa de un gobierno diferente y unido, busca perpetuar la cultura de la pobreza y el populismo arraigado en Argentina. La elección del 19 de noviembre es más que una elección política; es una batalla entre continuar un modelo empobrecedor, una “especie de mística”, y la posibilidad de un nuevo camino hacia la libertad. El futuro de Argentina pende de un hilo, y su decisión resonará no solo en su propio destino, sino también en el equilibrio geopolítico de América Latina y más allá