Sesenta años después del asesinato de John F. Kennedy en Dallas, las teorías sobre el primer magnicidio de la historia retransmitido en directo se han estirado como el chicle, tanto en su versión documental (un ritornello constante sobre los hechos) como en la insondable dimensión conspiratoria: los supuestos flecos sueltos, las zonas de sombra de un acontecimiento histórico que aún hace correr ríos de tinta. En el primer apartado se inscriben dos documentales estrenados este mes y en el segundo, la aparición de un testigo que supuestamente desmonta la teoría de la bala mágica, establecida por la comisión especial investigadora, la Comisión Warren, en 1964: el único proyectil que de una tacada habría matado al presidente y herido al gobernador de Texas, John Connally, que viajaba con él en el descapotable. Según el citado testigo, Paul Landis, uno de los cuatro agentes secretos que aquel día protegían, de pie en el estribo, al mandatario, no fue así.
Por El País
De haber existido las redes sociales en 1963, hechos probados, indicios, sospechas y especulaciones hubieran alimentado una hoguera infinita. Pero por encima de los recuerdos está la leyenda, que sigue sobrevolando EE UU como si los hechos hubiesen sucedido anteayer. El caso JFK cobra además actualidad gracias al salto a la arena política de su sobrino Bobby Kennedy, con un nada desdeñable 24% de intención de voto como candidato a la presidencia en 2024. Kennedy es para EE UU el mito del eterno retorno: las periódicas reencarnaciones de la historia de esta familia patricia, lo más parecido a una dinastía que ha tenido el país. La dinastía de Camelot.
Los hechos probados por la Comisión Warren y toda la documentación acreditada en los Archivos Nacionales de Washington, que dispone de un centro específico y una exposición permanente sobre el magnicidio, han sido desafiados por Landis, que afirma haber hallado una segunda bala en el respaldo de la limusina de Kennedy. Esa hipótesis hace dudar de la existencia de un solo tirador, Lee Harwey Oswald, detenido por el asesinato y asesinado a su vez dos días después en los sótanos de la comisaría central de Dallas cuando se hallaba bajo custodia.
De toda la documentación oficial relativa al caso, el 97% es de acceso público. Hace 11 meses, el servicio de investigación de los Archivos Nacionales cifraba en solo 515 el número de documentos clasificados en su totalidad y en otros 2.545 los clasificados parcialmente. La decisión más reciente al respecto es un memorando del presidente Joe Biden, del 15 de diciembre de 2022, en el que establece que “desde la fecha de este memorando hasta el 1 de mayo de 2023, los organismos pertinentes y NARA [Administración Nacional de Archivos y Registros] revisarán conjuntamente el material restante en los archivos […] con el fin de maximizar la transparencia y divulgar toda la información en los registros relativos al asesinato, excepto cuando razones más poderosas aconsejen lo contrario. Cualquier información que las agencias propongan para el aplazamiento continuado de la divulgación pública más allá del 30 de junio de 2023, se limitará al mínimo absoluto según la norma legal”.
Documentos clasificados
Ese 3% aún clasificado en virtud del artículo 5 de la Ley JFK, que impone la reserva para salvaguardar la defensa nacional, operaciones de inteligencia o relaciones exteriores, incentiva la imaginación de muchos. Y quién mejor que Landis, que estaba allí, para refutar la historia oficial (que haya tardado 60 años en hacerlo es otra cuestión, ¿tal vez para decir adiós al mundo en paz con sus recuerdos?). En entrevistas concedidas en vísperas de la publicación de sus memorias, The Final Witness (El testigo final), en octubre, el hombre afirma que oyó tres disparos, no dos, como afirmó en la declaración escrita que remitió a las autoridades una semana después del asesinato y vio desplomarse al presidente.
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