Fueron sesenta horas de terror. Dos días y medio de espanto en los que un grupo terrorista islámico tomó por asalto la ciudad de Bombay, la legendaria capital financiera de la India que hoy se llama Mumbay, y sometió a sangre y fuego a gran parte de la población; se ensañó con los turistas extranjeros, en especial estadounidenses y británicos, y contra la comunidad judía: asesinaron a todos los que pudieron, tomaron rehenes para negociar luego su capitulación o su retirada, o se inmolaron en una lucha sin cuartel con las sorprendidas autoridades. El resultado final del ataque fue el de ciento setenta y tres muertos, trescientos setenta y dos heridos y un número no determinado de terroristas también muertos o detenidos. Son cifras que contradicen los primeros informes oficiales que aseguraban que habían sido asesinadas por los terroristas más de doscientas personas.
Por Infobae
La historia oficial dijo luego que el grupo atacante no estaba formado por más de diez terroristas, todos jóvenes, entre los veinte y los treinta años. Nadie creyó ni cree hoy en esa cifra. Los ataques simultáneos en diferentes puntos turísticos, en hoteles de cinco estrellas, en bares y restaurantes frecuentados por turistas y hasta en la central de policía del sur de Bombay, la coordinación de relojería que existió en cada uno de los asaltos, la precisión con la que actuaron, el despliegue de armas que hicieron, fusiles AK 47 e infinidad de granadas y la feroz resistencia que opusieron luego, llevaron a pensar entonces que se trataba de una especie de mini ejército, semi profesional, muy bien entrenado y dispuesto a todo. Incluso, las autoridades hablaron de voces y figuras europeas entre los atacantes: “Ciudadanos británicos participaron de los asaltos”, le dijeron a la diputada del Parlamento Europeo Erika Mann, que estuvo escondida ocho horas entre la cocina y el sótano de uno de los hoteles agredidos, el Taj Mahal, y salvó su vida por milagro. Londres, cauteloso dijo que entonces, a horas de los asesinatos, era “demasiado pronto para confirmar las identidades de los asaltantes, aunque investigamos una posible conexión”.
Pasó no hace mucho y no tan lejos. Todo empezó en la noche del 26 de noviembre de 2008, hace quince años, y todo quedó pronto en el extravío y el relego. Pero fue el punto de partida de los ataques terroristas islámicos contra centros poblados, colmados de turistas, contra la población indefensa, contra espectáculos deportivos o artísticos que, siete años después, en enero de 2015 y en París, provocaron la masacre en el semanario satírico francés Charlie Hebdo, doce muertos y cuatro heridos, y diez meses después, el 13 de noviembre, casi en un calco de los atentados en Bombay, desataron el ataque en el corazón de París a las terrazas de cinco bares y restaurantes, el estallido de explosivos en el Stade de France en el momento en que se disputaba el partido amistoso Francia-Alemania, con la presencia del presidente francés François Hollande y del ministro de Exteriores alemán Fran-Walter Stenmeier, y la toma por asalto de la discoteca Bataclán, donde los terroristas tomaron como rehenes a todo el público que presenciaba un recital de rock. El resultado del ataque: ciento treinta y un muertos y cuatrocientos quince heridos.
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