La reflexión a la que quiero convocar con el presente artículo no puede ser más pertinente para el entendimiento del presente que vivimos los venezolanos y para nuestra intención de dibujar el futuro alrededor de un tema de gran importancia para la sociedad como lo es la política, específicamente el papel del político.
La imagen del hombre político en Venezuela, debido al comportamiento de muchos de ellos es muy negativa, y para nuestra vergüenza se ha alimentado aun más en los últimos tiempos, por esta nueva tragedia que ha vivido la política venezolana con el socialismo del siglo XXI.
Se ha creado una asociación entre las ideas o conceptos de la política y de los políticos, con el mal de la corrupción. No es que no existan puntos de intersección entre estos. Sobre todo en la actualidad. Pero acostumbrado como estamos a oírlos todos los días, no reparamos en el hecho de que se trata de un profundo sin sentido; se hace necesario rescatar la dignidad de tan honroso oficio, teniendo claro que Político es aquel que se dedica a la política, y ésta, tal como la define Dieter Nohlen en su diccionario de Ciencia Política, no es más que: “…el proceso activo, más o menos conflictivo, de formación política, que se dirime sobre todo en las negociaciones políticas y en los procesos de intercambio políticos, y en el cual se toman en cuenta los diferentes Intereses, sean éstos coincidentes, encontrados o neutrales, así como los distintos Partidos, sus intenciones, demandas y objetivos políticos, etc.”
En Venezuela se ha dado el caso de políticos que han aconsejado a sus hijos no meterse en política, renegar en esta forma de la vocación y del desempeño político, desnuda, en quien lo hace, pésima auto percepción, señales de indignidad e inconfesados sentimientos de culpas; casos graves estos, en los que el desprestigio viene de adentro, de aquellos que llamados a cumplir ese papel, en franca disonancia, sugieren a otro de su intimidad que lo que se hace no es digno ni bueno. La política ha llegado a ser, más por selección residual que por escogencia vocacional, el paraíso de los que no tenían otro oficio o destino, craso error que se ha pagado a un costo muy alto. Contrario a ello, la política es (y así debe ser percibida) un apostolado de vida, un oficio digno, imprescindible para el orden social y un instrumento muy eficaz en manos de quién, formado y virtuoso, la ejerce con pasión y vocación de servicio, alejado de las tentaciones del poder, los negocios y el dinero.
Ante esta percepción que se tiene de los políticos no solamente resulta pertinente sino también absolutamente necesario que miles de personas, a través de innumerables organizaciones civiles, desplieguen como nunca una enérgica y colosal acción cívica y que esa participación tenga la virtud de reconciliar la práctica o praxis política con su fundamentación teórica y ética, devolviendo a la política y al Político su original y auténtico sentido, la dignidad de su oficio y una nueva percepción sobre su rol sostenida en el impacto positivo de sus acciones en la sociedad.
¿Cómo es que se le ha pasado de largo a un tema tan importante para la vida de nuestro Estado y república? Al pasar por alto este dato (que por cierto no es menor para la comprensión del momento político que vivimos), la sociedad venezolana en general no ha reparado, a nuestra manera de ver, en uno de los grandes males que afrontamos.
La primera cuestión que debe abordarse es la formación política, los partidos deben abocarse a la formación de sus cuadros dirigenciales. Alcanzar un liderazgo claro en el oficio del político: seres humanos al servicio de las necesidades humanas.
En la conferencia pronunciada por Max Weber durante el invierno revolucionario de 1918, en la Universidad de Munich, y publicada luego en 1919, titulada “Politik als Beruf”, que traduce “La política como profesión”, él introduce una tríada de virtudes que debe tener la política, las que llama “pasión, sentimiento de la responsabilidad y sentido de la mesura”, dando una curiosa definición de la primera de ellas: “Pasión en un sentido objetivo: entrega apasionada a una cosa, al dios o demonio que la manda”. La verdad que definida la pasión así, demanda un sinfín de preguntas, que no nos incumben aquí.
De todos modos como estamos hablando de la necesidad de devolverle la dignidad a la política, se hace necesario en el Político plantearse la pregunta que hace Weber: “cómo pueden encajar entre sí en la misma alma la pasión ardiente y el frío sentido de la mesura”, a lo que él mismo responde con especial importancia: “La actuación genuinamente humana […] sólo puede nacer y alimentarse de la pasión”. Es decir ese político que ha de surgir para la nueva Venezuela, debe tener claro que la fuerza de su razón debe estar inspirada en esta pasión.