Imagínese que la Editorial Sudamericana, para la que usted trabaja va a publicar un libro que promete cambiar la forma de leer y escribir, que se dice que el autor inventó un género y las revistas lo anuncian como el próximo Premio Nobel —lo va a ganar, pero eso todavía no lo sabe—. Imagínese que lee el libro y ama cada página, cada historia, y quiere comentarlo con su pareja, con sus amigos, con sus compañeros de trabajo. Imagínese que cuando quedan pocos días para mandarlo a imprenta, Paco Porrúa, el director de la editorial, va hacia su escritorio y con un aire de impaciencia y nerviosismo le dice que Vicente Rojo, el artista que tenía que entregar la portada, no va a llegar a tiempo. Imagínese, entonces, que Porrúa le pide a usted que resuelva la tapa y que le da como plazo una semana. Esta es la historia de Iris Alba, la mujer que creó la portada de Cien años de soledad.
Por infobae.com
“Siempre se catalogó esa tapa como algo improvisado, algo que hubo que hacer hasta que llegara la verdadera”, dice a Infobae Cultura Francisco Roca, que junto con Leandro Castelao llevan adelante la editorial Flecha Books y están trabajando en un volumen sobre la vida y obra de Iris. “Incluso en Wikipedia”, sigue, “la tapa figura con dos créditos: Vicente Rojo e Iris Pagano, que era el apellido del primer marido”.
Hacía ocho años que Iris trabajaba en la editorial. Formada en la escuela de Fernando Fader, había pasado una temporada en Nueva York donde estudió con el pintor Stuart Davis. Con esa experiencia y su nueva estética llegó a Sudamericana, que trataba de dejar atrás el estilo clásico y pictórico de Horacio Butler. “Buscaban llegar a un público joven”, dice Roca, “e Iris fue la persona que catalizó un poco ese cambio”. Iris tenía otras coordenadas gráficas, introdujo la fotografía, empezó a incorporar elementos del pop y la psicodelia. Si bien las tapas no tenían su firma —recién empezaron a poner el crédito en la década del 70—, sus diseños son muy reconocibles.
—¿Qué buscó con la tapa de Cien años de soledad?
—Hizo lo que tenía más a mano. Siempre pasa lo que le pasó a ella, que te llega un encargo porque algo salió mal, que hay que hacerlo todo rápido y ya. Ella se sentó a resolverlo y realizó un collage con tres elementos icónicos de la novela: la jungla, el galeón y las flores. Es una tapa que rompe con la jerarquía de los textos. Cada tapa que hacía Iris era única, cada tapa te pide un poco que colabores. Sus tapas seducían al lector para que entrara en el libro. Contaban algo, pero no contaban la historia completa.
Hay una foto icónica de García Márquez con el libro en la cabeza. Es una foto en blanco y negro. Él mira a cámara. Por encima del bigotón oscuro y tupido, resalta un lunar grueso. El libro abierto hace de sombrero o de techo a dos aguas. Pero la tapa que muestra es la de Rojo, la que llegó después, la que dice “soledad” con la e al revés. Él, dice Roca, nunca aceptó la tapa de Iris. Y, sin embargo.
—¿Qué pasa cuando se reedita el libro con otra? ¿Cómo afecta la nueva tapa el sentido de los lectores que leyeron la anterior?
—Creo que hay un choque, ¿no? Las editoriales buscan ir renovando el público y por eso las tapas se van acumulando. Pero cuando la leés en otra edición, te perdiste un pedazo de la experiencia. Y no tiene que ver con leer una primera edición. En todo caso tiene que ver con leer una primera emisión. Inevitablemente, quedan asociadas con los lectores. Es que el libro es un objeto.
Iris trabajó diecisiete años en Sudamericana. Además de García Márquez, ilustró a otros autores como Leopoldo Marechal, Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Sara Gallardo, María Elena Walsh, Néstor Sánchez. También a autores extranjeros como Kurt Vonnegut, James Baldwin, James Kirkwood.
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