Alexandr Dolgopolov (Kiev, 1998) comenzó a jugar al tenis con solo tres años. Viene de una familia de deportistas, su padre fue tenista y entrenó a Andrei Medvedev. Su madre, una gimnasta con medalla europea de oro. Sufre la enfermedad del síndrome de Gilbert, que afecta al hígado y a la sangre, lo que le provoca fatiga. Desde que inició su andadura profesional en 2006, con el debut en el Torneo de Bucarest, fue consiguiendo pequeños logros. En la actualidad, ya retirado de la élite deportiva, representa a su país en las filas militares en la guerra contra Rusia.
Por Infobae
En 2022, Dolgopolov decidió alistarse al ejército para defender a Ucrania. Ante la masiva información de las “mejores agencias de inteligencia del mundo”, el ucraniano entendió la posibilidad de que comenzase una guerra sobre Kiev, por lo que adelantado al miedo masivo que se iba a generar, marchó a Turquía con su madre y su hermana. “En este tiempo he empezado a practicar para disparar y tuve la fortuna de que un antiguo soldado profesional me enseñó durante 5-7 días. Ellos estaban muy felices de ayudar una vez que escucharon mis objetivos, así que muchas gracias a nuestros amigos de Turquía. No voy a ser Rambo en una semana, pero ya me siento cómodo con las armas y puedo disparar a la cabeza tres de cada cinco veces, desde 25 metros”, publicó en marzo del año pasado en sus perfiles de redes sociales. “Solía usar raquetas y cuerdas, y ahora uso esto”, publicó el tenista en sus redes sociales junto a una foto de un chaleco, un casco y un fusil.
Casi dos años después, el conflicto sigue candente y Dolgopolov en primera línea de conflicto como operador de drones con el objetivo de ayudar en los ataques. “Les enseño dónde tienen que disparar, así pueden trabajar más efectivamente. Aprendes qué tipo de armas tiene el enemigo, cómo suena y desde dónde te pueden ver”, contó en una entrevista con el medio británico Daily Mail. “Todos los proyectos para el futuro han quedado en suspenso. No planeo nada. Planeo por un día, dos, tres lo que sea”, apuntó.
“Habíamos trabajado quince horas el día anterior. Parecíamos zombis tomando bebidas energéticas. En la guerra sientes como los proyectiles atraviesan tu cuerpo cuando aterrizan. Escuchas el disparo y esperas ver donde llega. Tienes pensamientos interesantes ahí sentado y no puedes hacer nada. Piensas, si salgo de la trinchera, tal vez pueda alcanzar el coche, lo que es, sin duda, la peor decisión posible”, relata el ucraniano sobre la dureza de los combates. “Ya no soy tan optimista como antes. La vida es mucho más estresante. Antes era una persona muy despreocupada, siempre sonriendo y bromeando. Todavía bromeamos, pero pagas el peaje de la guerra, es mentalmente agotador, lo pagas”, aseguró sobre la guerra.
Para leer la nota completa, aquí