En Venezuela la alegría, la contentura, el júbilo, el alborozo, o la alegranza, término éste aceptado por la Real Academia, es patrimonio natural de los tiempos decembrinos. El mes estuvo antes muy asociado con las gaitas, los villancicos y aguinaldos, las fiestas recurrentes en el hogar y las empresas, y a los grandes espectáculos públicos que cerraban así el año. En los tiempos de la abundancia petrolera del siglo XX, los de mayor bonanza, estuvo identificado con el whisky importado y los viajes a Miami para algunos, aunque no siempre fue así, y, sin embargo, fuimos un país feliz. Cada cinco años, con una envidiable puntualidad, estrenábamos en elecciones libres a un nuevo presidente de la República, senadores, diputados, concejales, y, luego, cuatrienal, gobernadores.
Ya para finalizar el año, comenzaba a conjeturarse los ganadores correspondientes del premio Guaicaipuro y del Mara de Oro, los nacionales de Ciencia y Tecnología, de Cultura, los deportivos, etc. No sólo se cerraban los libros de contabilidad de cada empresa sino que también se presentaban sus balances. Con el tiempo y los cambios del régimen, el país entró a un nuevo siglo, una entrada marcada por la pobreza; inmediatamente aprendimos a ser austeros. Por poquito o mucho y hasta nada que hubiera en la mesa, sentíamos la inmensa y triple satisfacción de estar vivos, de la unidad familiar, y de la firme esperanza, legítima y real, de mejorar para el año siguiente. Tratándose del creyente, sobre todo, tanto antes como ahora, nos encomendábamos al Niño Jesús y a la Sagrada Familia. ¿Quiénes fueron los portadores por excelencia de nuestras alegrías? Los niños de cualquier edad, los propios, los del vecindario, ¡todos!
Ambientaban muy bien nuestras esperanzas, nos daban coraje para seguir la lucha. Y sus ilusiones fueron, y seguirán siendo, las nuestras. Huelga comentar el contraste a estas alturas del siglo XXI, las sabemos, para qué detallarlas. Defendamos la alegría como una certeza, parafraseando el famoso poema de Mario Benedetti. Significa defender a los niños que la cultivan aún en las peores circunstancias. No significa llamarnos al autoengaño, a la simulación, sino seguir firmes en la esperanza de que lograremos un mundo mejor, superaremos todas las calamidades, seguiremos vivos y uniremos de nuevo a padres, hijos, nietos, tíos, primos, amigos del ama.
Ese debe ser nuestro propósito, la recuperación de nuestro país, nuestra esencia y nuestros valores, para que la alegría vuelva a cada uno de los hogares venezolanos; es decir, que vuelva para los muchos esa tan añorada reunificación familiar, que se haga realidad una nueva contentura, y para que aquellos que están comenzado en la vida no busquen nuevos horizontes fuera de las fronteras, sino por el contrario se formen para reconstruir y formar una nueva sociedad alegre y positiva.
Porque las emociones que se generan en estas fechas siempre han tenido un tono determinante para el desempeño del año venidero, y son determinantes para la identidad y cohesión de nuestra familia y, a su vez, de la sociedad. Y transformarla en una acción colectiva de construcción social que otorgue identidad y pertenecía, para generar un poder político desde el cual se posibilite que las personas piensen, actúen y decidan para conducirnos a un verdadero cambio y una verdadera ruta hacia una mejor Venezuela.
Desde esta amplia ventana que me confiere este portal, he postulado la idea de insistir en la unidad, resistir ante los ataques del enemigo y persistir en la idea de democracia hasta lograr nuestro objetivo. Hoy les insisto a mantener la alegría no importa el qué, les invito a persistir en su búsqueda y resistir a la tentación que nos presenta el régimen: la depresión, el disgusto y la división. La alegría nos da endorfinas de fortaleza y serotoninas de vida para destruir el cortisol y restringir su avance. ¡Impulsemos la alegría de vida aunque nos cueste, pero siempre en democracia!
X, IG: @freddyamarcano