A mediados de 1957 se presentan los primeros atisbos del destino final de la dictadura. Comienza a despertarse una sutil y tibia reacción en su contra y será nada menos que la Iglesia Católica la que tirará la primera piedra en mayo, cuando el Arzobispo de Caracas, monseñor Arias Blanco, publica su carta pastoral criticando la difícil situación de los trabajadores venezolanos y haciendo duras observaciones a la actitud del gobierno perezjimenista. El mes siguiente se constituye la llamada Junta Patriótica, promovida por dirigentes civiles de los partidos políticos que se oponen al régimen. En el frente económico también hay descontento: se han acumulado deudas millonarias a contratistas, comerciantes, industriales y proveedores en general y la mora del gobierno en cancelar tales obligaciones multiplica el malestar hacia otros sectores que dependen de aquellos.
Mientras tanto, la dictadura busca afanosamente una fórmula “constitucional” que le permita a Pérez Jiménez continuar en la Presidencia de la República en las elecciones de diciembre de 1957, algo que el tirano pretende evadir por su terror a contarse electoralmente. Los “juristas” del régimen deberán buscar una alternativa al respecto. La preocupación la acrecienta la caída reciente de otros dictadores amigos como Perón, Odría, Remón y Rojas Pinilla, mientras Batista se acerca a su fin en Cuba. Hay, sin duda, un mal ambiente para las tiranías latinoamericanas, algo impensable poco tiempo atrás cuando estaban en pleno apogeo.
La fórmula final adoptada por el régimen es la de celebrar un plebiscito, a fin de consultar a los venezolanos sobre la permanencia o no de Pérez Jiménez como presidente y también la de su Congreso. El plebiscito se celebrará el 15 de diciembre bajo absoluto control oficial y sus resultados, por tanto, fueron los que quiso MPJ, con lo cual quedaba ratificado como Presidente de la República para el período 1958-1963.
Pero a partir de este momento las cosas se complicarán para el régimen. La fórmula para “legitimar” la permanencia de aquel gobierno por más tiempo será, a la postre, la causa final de su caída a los pocos días. Producirá, en efecto, una reacción en cadena, cada vez más intensa, entre sus opositores, los cuales comienzan a organizarse y a realizar algunas acciones concretas, luego de varios años de calma. Y se produce también un hecho trascendental: la conspiración militar que inician los jóvenes tenientes, mayores y capitanes descontentos con la dictadura y decididos a participar en el cambio de rumbo que comienza a hacerse imprescindible en estos meses finales de 1957.
El primero de enero de 1958 estalla una rebelión militar encabezada por el mayor Hugo Trejo en Caracas. No tendrá éxito por su equivocada estrategia de movilización y a pesar del apoyo de la aviación de Maracay que sobrevuela ese día la ciudad capital, pero políticamente abrirá la brecha para lo que sobrevendrá después. Demostrará las profundas grietas que se han abierto entre las Fuerzas Armadas y Pérez Jiménez, las cuales se profundizarán en breves días de tal manera que conducirán a la caída del dictador. En efecto, cuatro días después son detenidos numerosos oficiales comprometidos en la conspiración que avanza ya resueltamente.
El mismo día Pérez Jiménez anuncia cambios en su gabinete, debido a la presión del Alto Mando Militar. El día siete se producen manifestaciones estudiantiles en varias partes del país. El día nueve zarpan del Puerto de La Guaira cinco destructores de la armada venezolana en abierto desafío al gobierno. El diez de enero vuelve a plantearse una nueva crisis ministerial y sale del gabinete Laureano Vallenilla y Pedro Estrada de la jefatura de la Seguridad Nacional, dos aliados de confianza del presidente. Ambos abandonarán entonces precipitadamente el país. El día quince Pérez Jiménez adopta la contraofensiva al asumir personalmente el Ministerio de la Defensa y ordenar la detención del ministro titular hasta entonces, general Rómulo Fernández, quien ha sido el portavoz de las exigencias de las Fuerzas Armadas. Inmediatamente lo envía en un avión militar hacia la República Dominicana.
La situación política se complica: centenares de detenidos políticos abarrotan las cárceles, los estudiantes manifiestan todos los días, los empresarios y los intelectuales comienzan también a protestar. El mundo se le viene entonces encima al dictador. Ha perdido ya, efectivamente, el control de la situación. Su caída es cuestión de días.
Sin embargo, Pérez Jiménez no se rinde tan rápidamente. Está dispuesto a resistir y continúa tomando decisiones al efecto: clausura liceos y universidades, reprime manifestaciones, ordena constantes purgas en el mundo militar, detiene a importantes líderes de la sociedad civil, en fin, persigue a sus enemigos en un desesperado intento por someterlos. Pero estos tampoco se amilanan.
La Junta Patriótica llama a la huelga general el 21 de enero. Ese día no circulan los periódicos en apoyo a la rebelión en marcha. La gente sale a las calles en Caracas y el gobierno decreta el toque de queda a las cinco de la tarde. En la noche del 22 de enero, la Marina y la guarnición militar de Caracas resuelven apoyar el golpe contra Pérez Jiménez, con lo cual se sella definitivamente el final de la dictadura. En las últimas horas de aquel día y en las primeras del siguiente, PJ apela a sus compañeros de armas, contacta a oficiales en puestos de comando, trata de revivir viejas lealtades, se aferra desesperadamente al poder. Pero al darse cuenta de que ya no cuenta con suficiente apoyo, resuelve huir por avión en horas de la madrugada hacia la República Dominicana.
Se dieron entonces simultáneamente dos circunstancias: un golpe militar y una rebelión civil, eventos que rara vez se combinan. Se cerraba así una etapa convulsa y compleja de la reciente historia venezolana. Y el hasta entonces hombre fuerte de aquellos años, el líder militar más destacado e influyente después de Juan Vicente Gómez, también comenzaría el destierro más largo vivido por venezolano alguno en nuestra historia.