En la sociedad actual, es común encontrarse con personas, a quienes, en situaciones informales, les encanta preceder sus nombres con títulos académicos. Para muchos, los títulos representan años de dedicación, estudio y esfuerzo, y utilizarlos puede ser una manera legítima de expresar su reconocimiento, pero, en culturas donde se valora la modestia y la humildad, el uso ostentoso de títulos académicos podría interpretarse como pretencioso o egocéntrico y generar una percepción de arrogancia.
El término “doctoritis” es coloquial y se utiliza en algunos contextos para describir la actitud o comportamiento de las personas que hacen un uso excesivo o pretencioso de los títulos académicos, especialmente el de “doctor”. Este fenómeno puede manifestarse de diversas maneras, como el deseo constante de ser referido por el título, la insistencia en su uso incluso en situaciones informales, o la percepción de una actitud de superioridad basada en la educación formal.
Para rebajar, un poco, el tono de la crítica, a continuación, contaré una anécdota personal: cuando asumí la conducción de Fedecámaras, durante el primer día de permanencia en la oficina, todos los trabajadores vinieron a ponerse a la orden. Recuerdo especialmente las palabras de la señora Alba, le llamábamos Albita, señora muy humilde y educada que laboraba en la cocina de la institución, quien me preguntó: “¿Doctor que quiere que le traiga de desayuno todos los días y como le gusta el café?” Le agradecí a Albita y le expliqué que no me sentía cómodo con el título de doctor, si le parece adecuado, puede decirme señor. “Está bien, entonces lo llamaré señor presidente”, me dijo. Con ese título me distinguió durante los dos años en que dirigí esa institución.
En algunas placas de reconocimiento que me han otorgado, me llaman doctor, en otras economista, en otras ingeniero; incluso, me han llamado abogado, pero lo que yo cursé en la universidad fue la carrera de administración. En fin, sigo parado en mis treinta: me sacan de mi zona de confort cuando colocan títulos profesionales, precediendo mi nombre. Me siento más cómodo cuando me llaman por mi nombre de pila o cuando me otorgan el título de, “Señor”.
Para continuar hablando de “señoridades”, en la búsqueda constante de reconocimientos y distinciones, hemos dejado de lado el título de “señor”, el cual, históricamente encierra no solo respeto sino también una profunda elegancia. En la era de los doctorados y licenciaturas, es crucial reconsiderar la importancia de este término que ha perdido terreno en nuestro vocabulario cotidiano.
Los títulos académicos, sin duda, son testigos de la dedicación y esfuerzo que invertimos en la adquisición de conocimientos especializados. Sin embargo, en nuestra sociedad actual, parecemos haber subestimado el valor intrínseco de ser reconocidos simplemente como “señores”. ¿Cuándo fue la última vez que alguien nos llamó “señor” o “señora” y experimentamos una sensación de dignidad y respeto?
En el pasado, el título de “señor” iba más allá de las connotaciones académicas; era un símbolo de respeto social, una etiqueta que destacaba la madurez, la experiencia y la responsabilidad. A diferencia de los títulos académicos, que pueden parecer efímeros o limitados a un campo específico, ser un “señor” o “señora” implica una posición que abarca todas las áreas de la vida.
Recuperar el uso de este término no implica restar importancia a la educación académica, sino agregar una capa adicional de respeto y reconocimiento a la experiencia de vida. En una sociedad donde a menudo nos definimos por nuestras credenciales académicas, ser un “señor” nos conecta con una tradición más amplia de respeto mutuo y cortesía.
Reconocer la importancia del título de “señor” no solo nos invita a mirar más allá de las letras en nuestros diplomas, sino también a valorar las lecciones aprendidas en el viaje de la vida. En un mundo cada vez más enfocado en lo virtual y lo académico, rescatar el término “señor” nos recuerda que la educación no solo se encuentra en los libros, sino también en las experiencias que nos moldean como individuos.
Abogar por el resurgimiento del título de “señor” es un recordatorio de que la elegancia, el respeto y la experiencia merecen un lugar de honor en nuestra sociedad. Más allá de los títulos académicos, ser un “señor” nos invita a reconocer la riqueza de la vida y a apreciar la diversidad de caminos que nos han llevado a donde estamos hoy.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
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