Las algas se utilizan desde hace siglos, aunque sigan siendo grandes desconocidas para parte de la población. Su potencial es inmenso. Se comen y de ellas se obtienen bioestimulantes, bioplásticos, cosméticos y medicamentos. No necesitan terreno, riego ni fertilizantes, crecen rápido, mejoran la calidad del agua, sostienen la biodiversidad marina, absorben CO2 y no generan residuos tóxicos.
Por: El País
La Kappaphycus alvarezii es un alga roja (Rhodophyta). Pero esa clasificación no tiene nada que ver con su color. Puede ser roja, verde o amarillenta. Llegó de Asia a América en 1994. “El biólogo Raul Rincones la trajo a Venezuela. Es una macroalga originaria de los arrecifes de coral de Filipinas, Malasia y las Islas Seychelles”, explica en una llamada telefónica desde Chile, Miguel Sepúlveda, el biólogo que la introdujo en Brasil y Ecuador. “Está domesticada desde los años sesenta, cuando la encontraron el estadounidense Maxwell Doty junto al filipino Marcos Alvarez. Los primeros cultivos comerciales se iniciaron en Filipinas, y después en Indonesia, Malasia y la región. En los años setenta llegó a África, a Zanzíbar”, cuenta Sepúlveda. En 1998, él mismo llevó 20 kilos de una cepa de Venezuela a Brasil.
El cultivo brasileño de Kappaphycus comenzó en Ilha Grande, en el litoral sur del Estado de Río de Janeiro. Primero era para investigación. Consiguieron el permiso para traerla con seguridad y estuvo en cuarentena, por ser un alga exótica. Se empezó a cultivar comercialmente en 2008, después de hacer los estudios de impacto para evaluar su potencial invasor. Recientemente se ha autorizado en los estados de São Paulo y Santa Caterina, en la costa sureste de Brasil, y se está trabajando para extenderla a la región noreste.
Las toneladas de algas que se producen en los cultivos son clones que se replican una y otra vez. La facilidad de cultivo es una de las ventajas. “En 2020 colocamos tres tubos de PVC y plantamos cinco kilos de Kappaphycus. Hoy tenemos 30 toneladas. Pueden llegar a tasas de crecimiento del 8% al día, que es muchísimo. Más que cualquier cultura terrestre, y sin fertilizantes, riego o veneno”, explica Juliano Kump Mathion en una de las granjas de algas rodeadas de montañas de la Costa Verde, frente a Ilha Grande. Es presidente de la Asociación de Maricultores de São Paulo (AMESP) y zootécnico, especialista en cultivar animales, principalmente marinos, como vieiras, mejillones o peces. Pero en 2003, se fijó en las algas y en 2020 fundó la empresa Algas Tech junto a su socio, el biólogo Mozart Marins. Les llevó unos tres años conseguir la licencia.
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