“Debemos abandonar la industria manufacturera y centrarnos en la producción de armamento a gran escala”. Algo como esto no se escuchaba en Alemania desde hace unos 90 años durante el Tercer Reich. Pero esta semana lo ha dicho el canciller Olaf Scholz, subrayando que la paz está amenazada y que solo armándose puede disuadirse a eventuales agresores. En su mensaje insta al resto de Europa a hacer lo propio, recordándoles las pretensiones imperiales de Vladimir Putin como una amenaza concreta ya materializada en el asalto a Ucrania. La posición del Canciller es respaldada por los partidos de oposición y mayoritariamente por la opinión ciudadana que apoya invertir más de 2% del PIB en defensa.
Extraño como suene, a este clima de tensión también concurre el expresidente estadounidense Donald Trump, a quien la mayoría de los alemanes encuestados consideran “una amenaza a la defensa”, si regresase a la Casa Blanca. Recuerdan la notable entente cordiale de Trump con Putin durante su gobierno, así como su reticente apoyo al fortalecimiento de la OTAN. Postura recientemente agudizada por sus declaraciones de dejar a su suerte a un país de la OTAN que no invierta lo necesario en su defensa y alentar al agresor, Rusia en este caso, lo cual transgrede el artículo 5 del tratado que obliga a cada uno de los 31 países de la alianza militar a acudir en ayuda de cualquier miembro que sea víctima de un ataque armado.
Cualquier deterioro en la confianza y el compromiso recíproco entre las democracias occidentales que conforman la alianza atlántica, es inquietante si observamos que, entretanto, se afianza el compromiso y la cooperación mutua entre Rusia, China, Irán y Corea del Norte, enemigos naturales en un nuevo esquema de guerra que ya no luce tan fría…