“No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el estremecedor silencio de los buenos” Martin Luther King
En un mundo cada vez más convulso por crisis geopolíticas nos topamos con un escenario que recuerda los tensos días de la Guerra Fría, marcados por constantes amenazas al orden internacional. Sin embargo, en esta nueva era, parece que el enfoque de Occidente hacia estas amenazas ha cambiado. En lugar de tratarlas como componentes de un desafío más amplio, se abordan de manera aislada, con la esperanza de que la normalidad pronto se restablezca. Pero la realidad sugiere lo contrario: el conflicto se ha convertido en la nueva normalidad.
En Venezuela, bajo el mando de Nicolás Maduro, hemos llegado a un punto crítico que exige una respuesta internacional coordinada y firme junto a las fuerzas democráticas. Su continuidad en el poder y la naturaleza totalitaria de su gobierno representan obstáculos significativos para la reinstauración de la democracia y el cumplimiento de los derechos humanos en el país. En este contexto, la posibilidad de celebrar elecciones democráticas se ve cuesta arriba por la negativa del régimen a cumplir con el acuerdo de Barbados y su interferencia en el proceso electoral.
William Brownfield, exembajador de Estados Unidos en Venezuela, ha sido enfático al señalar que Maduro nunca cumplirá con un pacto que amenace su estabilidad en el poder. Carece de incentivos para permitir una transición democrática. Las consecuencias de una derrota en una elección libre, justa y competitiva, lo paraliza. A pesar de esto, necesita de unos comicios presidenciales para legitimar la usurpación que cometió en el Ejecutivo desde 2018.
Según Brownfield, Maduro tendría tres opciones ante las presidenciales: “que la oposición escoja a otro candidato al que si le pueda ganar, robarse la elección como lo hizo hace 6 años o posponer el proceso electoral”.
Sin embargo, la única alternativa que le daría la posibilidad de alcanzar la legitimidad de origen es medirse contra un candidato que no sea María Corina Machado -tiene un mandato popular después de la elección primaria del 22 de octubre- porque sería competitivo, según todas las encuestas. Además, habría de cumplir parcialmente con el acuerdo de Barbados para obtener la “buena pro” de la comunidad internacional.
Si opta por alguna de las otras dos opciones seguirá siendo usurpador. Una condición que ha causado las sanciones individuales a sus secuaces y económicas a la organización criminal.
Entonces, la propuesta de la oposición funcional –conocidos como alacranes, enchufados, normalizadores y colaboracionistas– y algunos actores de la Casa Blanca de que María Corina escoja a su sucesor para enfrentar a Maduro es una muestra de ingenuidad o, peor aún, de complicidad con la dictadura. La administración estadounidense ha dicho que lo importante es el proceso porque existe “la determinación de los venezolanos de participar en el proceso electoral y derrotar a Maduro”.
Basta recordar el precedente de 2008 con Leopoldo López y Antonio Ledezma –la elección de la Alcaldía del Distrito Metropolitano de Caracas-, de cómo el chavismo-madurismo no dudó en alterar las reglas del juego político para mantenerse en el poder, invalidando a opositores fuertes y manipulando poderes públicos a su favor. La historia de Ledezma es particularmente ilustrativa: aun ganando la Alcaldía Metropolitana de Caracas, fue despojado de gran parte de sus funciones y recursos, y finalmente encarcelado en 2015, cuando fue acusado de conspiración para derrocar el régimen de Maduro.
Maduro no es competitivo frente a María Corina, así tenga la cancha electoral inclinada 90 grados a su favor.
Frente a esta realidad, hablar del reemplazo de María Corina es ignorar la esencia de la lucha venezolana. No se trata de acomodar piezas en el tablero de juego dictado por Maduro, sino de rechazar y desafiar las bases mismas de su régimen ilegítimo y autoritario, retándolo con los “comanditos” bajo el paragua de GANA a lo largo y ancho del país.
Es hora de comprender que la cruzada en Venezuela no es por tener un candidato alternativo que le permita al dictador ser competitivo, sino por la lucha que encarna María Corina entre el bien y el mal que permite la restitución de la democracia, el respeto a los derechos humanos y la liberación de un pueblo oprimido.
No se debería seguir buscando un consenso ficticio con un régimen que ha demostrado no tener escrúpulos en su afán de perpetuarse en el poder. Los esfuerzos deben enfocarse en crear condiciones que permitan realizar una elección en la que participen María Corina y Maduro.
Quienes abogan por encontrar un sustituto para Machado bajo el pretexto de un pragmatismo político, en realidad están ofreciendo una capitulación disfrazada. Es el momento de continuar por el camino de la resistencia, no de la resignación. No estamos aquí para rendirnos ante la tiranía, sino para enfrentarla y superarla democráticamente, por el bien de Venezuela y su futuro.
La comunidad internacional, especialmente liderada por actores como Estados Unidos y la Unión Europea, enfrenta el reto de evaluar la eficacia de sus estrategias hacia Venezuela. La solución a la crisis venezolana no radica únicamente en la imposición de sanciones o el aislamiento diplomático, sino en el apoyo resuelto a las fuerzas democráticas dentro del país, asegurando que cualquier transición sea dirigida por los venezolanos, con María Corina Machado al frente.
Si Putin se alza con una victoria en Ucrania debido a la falta de compromiso de Occidente en la defensa de sus valores, habiendo cedido ante Rusia, en los países civilizados no volverán a primar las leyes internacionales. Finalmente, la democracia será borrada del mundo. Este escenario podría incentivar a los regímenes en Oriente Medio y América Latina a ocupar otros territorios. Nos encaminamos hacia un caos global. Si Occidente no detiene a los tiranos ahora, no lloremos después lo que no supimos defender.
Este momento histórico en Venezuela no es simplemente un llamado a la acción para la comunidad internacional y las fuerzas democráticas; es imprescindible adoptar una estrategia coherente y coordinada que priorice el restablecimiento de la democracia y el respeto a los derechos humanos. Estamos en un punto de inflexión crítico. La adaptación a esta realidad no es por encontrar el candidato más aceptable para Maduro, sino por la libertad y la democracia, valores que no se negocian bajo términos dictados por una dictadura. La victoria en esta lucha exigirá valor, unidad, organización y una determinación inquebrantable para restaurar la dignidad de la nación venezolana.