Las tranquilas caminatas nocturnas por el parque Lleras, en El Poblado de Medellín, ya son cosa del pasado. Lo que se ve ahora es prostitución, pedofilia, drogas y explotación sexual infantil. Todo un mercado macabro manejado por poderosas estructuras delincuenciales, dedicadas a la trata de personas, que custodian el lugar. Están por todas partes. Vigilan a las mujeres y a los clientes. Cualquier extraño es detectado inmediatamente. Solo hay dos escenarios posibles para los visitantes: placer o intimidación.
Por Semana
Un equipo periodístico de SEMANA se infiltró durante varios días en este sector y fue testigo del horror. Cinco hombres se les acercaron a los reporteros para intimidarlos con armas de fuego. El mensaje fue claro: tenían que irse porque representaban una amenaza para sus intereses. Esto es solo el reflejo de la tragedia que se vive desde hace años en varios puntos de la capital antioqueña.
Aquellos hombres armados forman parte de las tres estructuras delincuenciales de proxenetas del parque Lleras. Ellos disponen del cuerpo de niñas y adultas que desfilan sobre una pasarela de cemento en El Poblado, el barrio más exclusivo de la ciudad, para comercializarlas tras captar la atención de extranjeros. Ellos pagan en dólares y, según el último registro de las autoridades, llegan masivamente en busca de perversidades. Tan solo el año pasado, Medellín recibió a un millón y medio de visitantes, la mayoría de Estados Unidos.
Muchos de esos ciudadanos extranjeros quieren niñas de 12 años en adelante para violarlas, grabarlas y comercializar esos videos como trofeos de safari. El panorama es tan triste que las víctimas, a duras penas, superan los 45 kilos de peso. Casi siempre las redes de prostitución las drogan antes de exponerlas en el parque Lleras, donde el consumo de estupefacientes es descarado. Los extranjeros, a la luz de todos, riegan sobre las mesas sus líneas de cocaína y las inhalan con una tranquilidad aterradora.
Lo que ocurre en Medellín solo es comparable con los estremecedores episodios de la isla de la pederastia de Jeffrey Epstein, un territorio en altamar donde llegaron poderosos empresarios e influyentes líderes que tenían disponible una infantil servidumbre sexual. Los investigadores saben que diariamente a la capital antioqueña arriban aviones repletos de extranjeros que vienen en búsqueda de virginidades, de niñas inocentes a quienes someten a las más crueles obscenidades.
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