Una cabeza hervida en un caldero, decenas de cadáveres mutilados y toneladas de droga: la siniestra historia de “los narcosatánicos”

Una cabeza hervida en un caldero, decenas de cadáveres mutilados y toneladas de droga: la siniestra historia de “los narcosatánicos”

Retrato del líder, Adolfo de Jesús Constanzo, “el Padrino” que decía que beber un caldo hecho con los restos de las víctimas hacía a sus hombres poderosos, invisibles e invencibles (Barbara Laing/Getty Images)

 

Aun después de haber superado la náusea, los policías de Matamoros, curtidos en las atrocidades del mundo criminal de México, seguían sin poder dar crédito a lo que les mostraban sus ojos: dentro de un caldero ennegrecido por el hollín, en un caldo de sangre, encontraron la cabeza hervida de un hombre, parte de una columna vertebral, algunos otros huesos y una herradura. Parado al lado de los agentes, con las manos esposadas, el narcotraficante Serafín Hernández, que había llevado a la policía hasta el rancho Santa Elena, tampoco podía creer lo que le estaba pasando.

Por infobae.com

Serafín había cometido el error de creerse invisible y por eso, en lugar de huir, había intentado pasar a través de un control de caminos con otros tres cómplices en una camioneta cargada con marihuana. No es que estuviera loco, sino que creía al pie de la letra lo que su jefe, el narco Adolfo de Jesús Constanzo, les decía a sus acólitos: que si cumplían el ritual de matar personas y comer sus restos nadie podría verlos.

La cabeza, se sabría después, pertenecía al estudiante estadounidense Mark Kilroy, de 21 años, desaparecido en Matamoros el 14 de marzo de 1989, casi un mes antes de ese 11 de abril que encontró a Serafín y los policías junto al caldero.

No fue el único hallazgo de ese día. Perdido por perdido, Serafín también les contó a los policías que había varios cadáveres enterrados en un sector del rancho. Por fuera de los protocolos que marca la ley, los agentes obligaron al narco que se había creído invisible y a sus tres cómplices a desenterrarlos con unas palas que había en un galpón.

Para la noche habían desenterrado quince cuerpos, todos mutilados, cuyos cerebros y otros órganos y huesos habían sido utilizados en rituales similares. Se pudieron identificar a doce víctimas, entre ellas a Killroy, pero jamás se pudo conocer la identidad de los otros.

En los interrogatorios, Serafín contó que casi todos los muertos eran narcos rivales, pero que Killroy, a quien él mismo había secuestrado, había terminado ahí por otra razón: Constanzo les había ordenado que secuestraron a un blanco que hablara inglés para hacer un ritual que les daría aún más poderes.

Frente a todos esos horrores, la cantidad de droga incautada en el rancho -que sumaba varias toneladas- quedó en un oscuro segundo plano. Los medios mexicanos -y los de Texas, de donde provenía Kilroy- se centraron en los asesinatos rituales y pronto encontraron un nombre para bautizar a la banda que los había cometido, “la secta de los narcosatánicos”.

Esa manera llamarlos era un error, porque el líder del grupo narco, Adolfo Constanzo, alias “El Padrino”, de 27 años, distaba mucho de practicar el satanismo, sino que era devoto de un culto mucho menos conocido y mucho más oscuro, a cuyos supuestos poderes utilizaba para poder llevar adelante su verdadero negocio, el tráfico de drogas, y eliminar a sus rivales.

Un cóctel de vudú y narco

Adolfo de Jesús Constanzo, de origen cubano estadounidense, nació en Miami el 1° de noviembre de 1962, pocos meses después de que su madre Delia Aurora González, embarazada, huyera de la isla en el marco de la crisis de los misiles soviéticos.

Delia tenía 15 años cuando nació Adolfo y después tendría tres hijos más, de diferentes parejas. De Miami, emigraron a Puerto Rico, donde el futuro marco fue bautizado e incluso se desempeñó como monaguillo en una iglesia de San Juan. Posiblemente fuera una cobertura ideada por su madre para que no la echaran de los Estados Unidos, porque Delia había sido criada en las creencias del Palo Mayombe, un culto desarrollado por esclavos de África Central que fueron llevados a Cuba.

Prueba de que la madre de Adolfo no había abandonado sus creencias, sino que quería profundizarla fue un viaje de varios meses que hicieron juntos a Haití, para aprender los rituales del vudú.

El Palo Mayombe, también conocido con el nombre de Congo, y el vudú haitiano no eran incompatibles, sino todo lo contrario: en los dos casos los sacrificios de animales son parte fundamental de sus rituales. Que con los años Adolfo pasara de degollar gallinas y otras aves a utilizar seres humanos habla de que hizo sus propias lecturas de esos asuntos.

Cuando tenía 20 años, el futuro “Padrino” del narco emigró a Ciudad de México con la intención de convertirse en modelo y actor, pero como no encontró muchas puertas abiertas a su vocación, comenzó a ganarse la vida lector de cartas de tarot, sanador, clarividente y mago.

Tuvo un éxito inesperado, lo que le valió que pronto buscaran sus servicios personas de alto poder económico, desde políticos y empresarios hasta actores y actrices, a los que no demoraron en sumarse algunos jefes narcos.

Con ellos también empezó a practicar los rituales que había aprendido en la infancia, con sacrificios de animales que iban desde ovejas y pollos, hasta cebras, serpientes y caballos. Con ellos, aseguraba, se obtenía poder para obtener lo que cada cliente se proponía.

Le iba realmente bien, pero el contacto con el mundo del narcotráfico -y el dinero que movía- lo tentó a combinar el ocultismo con la droga. Intentó asociarse a algunos de sus clientes que se dedicaban al narco, pero no tuvo suerte. Si quería hacer lo que se proponía debía cambiar de escenario. Así fue como se trasladó de la capital mexicana a Matamoros.

Lo siguieron tres de sus hombres más fieles, Omar Orea, Jorge Montes y Martín Quintana. Y también una estudiante estadounidense de Antropología llamada Sara Aldrete, que había llegado a México para estudiar las culturas indígenas pero se había vinculado a una familia narco, los Hernández.

Cuando Sara conoció a Adolfo decidió cambiar de bando y pronto se convirtió en su pareja y principal colaboradora, la temible “Madrina”.

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