Cuba se balancea en el peor de los mundos, al borde de un abismo y carente de una estructura opositora que construya una alternativa. El alto riesgo de colapso proviene de tensiones sociales que parecen estallar ahora, pero que han venido creciendo en el último lustro por un derrumbe terminal de la economía, el desabastecimiento crónico y la presión inflacionaria. Los apagones constantes, símbolo si se quiere en extremo gráfico de la decadencia del modelo, son el gatillo de una furia popular que desborda a un régimen envuelto en el desconcierto y la impotencia.
Por: Clarín
Así, la nomenklatura comunista, sin armas para tramitar la crisis, opera con una notoria parálisis y distancia frente al desastre. La burocracia oficialista se limita a repetir viejas consignas épicas y de repulsa al imperialismo. No advierte que por la rejilla de aquellas necesidades básicas insatisfechas se ha escurrido hace tiempo el valor simbólico de la revolución castrista.
El destino de esta circunstancia importa no solo por lo que pueda suceder en la mayor de la Antillas. También por lo que esas fuerzas liberadas puedan provocar entre los regímenes regionales que se han mirado en el espejo cubano por décadas y lo han usado para contener y castigar a sus propias comunidades.
El ejemplo más significativo lo brinda el aliado venezolano travestido frente a la indigencia ideológica y económica con los estilos de las dictaduras cívico militares de los ’70. Constatación de limitaciones, no de fortalezas. La ofensiva del neochavismo de Nicolás Maduro contra la oposición se asemeja a la calamidad cubana en un aspecto principal: el desgaste del régimen y el rechazo popular se han potenciado como nunca antes y definen la etapa.
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