A escasas horas para que dé comienzo el juicio a Daniel Sancho, la isla de Koh Phangan se engalana para la mayor festividad del año, el Songkran –en equivalencia a España sería algo así como la Navidad y el Fin de Año juntos–, que permitirá a nativos y turistas colapsando las calles, y ataviados con camisas de flores entre infinitas risas y constante jolgorio, disparar decenas de miles de litros de agua a través de pistolas de juguete. Porque lo primero que uno se pregunta, en calidad de conocedor de Tailandia es, cómo es posible que las cuatro semanas de juicio se hayan colocado justo en medio de tamaña celebración, que aparta a toda la población local, y en especial a sus funcionarios, de sus día a día.
Por larazon.es
Waranthorn, una mujer de la vecina provincia de Ranong que ejerce en un hotel de la isla, lo tiene muy claro: “Sí, recuerdo que un extranjero mató a otro hace unos meses. ¿Fue a hachazos? Pero no sé qué habrá ocurrido después. Yo en lo único que pienso es en reencontrarme con mi familia en mi ciudad natal y celebrar el Songkran”. Incluso con la clásica desbandada de trabajadores locales dispuestos a regresar con sus familiares, la isla, de 70.000 habitantes, estará llena hasta justo después de la celebración, que comprende del 13 al 17 de abril, en donde de manera violenta suelen desaparecer a la par tanto turistas como empleados nativos, dejando prácticamente a solas a los habitantes oriundos de Samui. Como ejemplo, acabo de alquilarme una moto, esencial en una isla sin transporte público, y la buena señora me ha cobrado el doble por la primera semana que por las tres restantes, a sabiendas de la desaparición del turismo, en sí del ingreso monetario.
La población que sin duda ya ha crecido en la isla es la de españoles, tras haber aterrizado decenas de periodistas, cámaras y reporteros gráficos venidos desde España, cuando las corresponsalías más importantes con base en Pekín, Shanghái y Bangkok, también han hecho acto de presencia para un juicio donde aún hay locales que se preguntan cómo es posible que el acusado no sólo piense que su pena será menor sino que hasta lo podrían llegar a absolver tras la temeraria estrategia, al menos para la cultura tailandesa, que el abogado mediático de la familia Sancho, Marcos García Montes, está llevando a cabo. Un policía de la comisaría de Surat Thani, capital de la provincia de la que dependen las islas de Samui y Phangan, que prefiere mantener su anonimato y que conoce el caso a la perfección, comenta que “me sorprendería mucho si este caso no acabara en pena capital o cadena perpetua. Está muy claro lo que ha ocurrido, salvo que la defensa aporte pruebas que hasta donde yo sé aún no existen. Pero es que no sólo admitió su culpa, ¡sino que reconstruyó los hechos concienzudamente ante más de veinte personas autorizadas!”.
El sol es tan abrumador que los calvos conducen con casco. Porque sí. Y Marcos García Montes podría llevar hasta parte de razón, ya que Tailandia es a la legalidad ordinaria lo que Luxemburgo y Liechtenstein a la industria del cine porno. Por lo que es probable que en las declaraciones firmadas por Daniel Sancho alguna irregularidad se hubiera cometido por parte de las autoridades siamesas. Pero como dice nuestro policía en la comisaría central de Surat Thani: “Esto es muy fácil. Hay un tipo que no sólo ha matado y descuartizado a alguien, sino que lo ha admitido ante la policía e incluso ha reconstruido los hechos como si aquello fuera un reality show. Y por lo que sé, mis compañeros cumplieron escrupulosamente con los métodos a seguir”. Debe saberse que es práctica habitual el que, tras ser detenido en Tailandia, por supuesto, nunca tras un delito de sangre o con un alijo de droga, sino tras el consumo de sustancias ilegales o el conducir sin casco o carnet, la policía, y antes de enviarte al juez, negocie contigo una coima para dejarte escapar. Porque sí, nadie puede obviar que Tailandia es un país muy corrupto. Pero un país muy corrupto que, con el punto de mira de varias naciones occidentales, quiere ser pulcro y conciso durante este juicio. Porque la imagen de una nación que depende por completo del turismo es ahora mismo su mayor preocupación.
Lo que parece ser que pesará más que la táctica de Sancho, es el pragmatismo asiático que en el mundo occidental sigue sin ser comprendido: indiferentemente de que la policía fuera más corrupta que Torrente, el juez le preguntará por qué compró previamente los cuchillos y con qué razón lo descuartizó, aparte de la duda que le queda a uno al saber que hay gente que cuando te desnucas con el borde de un lavabo el único testigo, en vez de llamar al hospital más cercano o hacerte el boca a boca, te despieza y disemina tu cuerpo por diferentes contenedores de la isla incluyendo el fondo del océano. “Si no le cae pena de muerte pasará el resto de su vida en la cárcel. No podría llegar a comprender otra clase de sentencia”, culmina nuestro policía de Surat Thani, la capital de provincia a la que pertenecen ambas islas: la de Samui, donde se juzga el caso, y la de Phangan, donde acontecieron los hechos. Aunque debe quedar claro que en Tailandia desde finales del siglo pasado no se ejecuta a extranjeros, y que incluso la cadena perpetua, portándote bien, permite que aproximadamente a la década de tu estancia en prisión puedas ser expatriado a tu país de origen.
Entendiendo la cultura local, la razón esencial para comprender el porqué de haber elegido semejantes fechas para tan mediático caso hay que encontrarlas justo en ese detalle con importancia: lo mediático del mismo. Y no para Tailandia, donde casi nadie recuerda nada, salvo los vecinos de las islas que aún tienen algo que ver con Sancho, sino para España y buena parte de Latinoamérica, donde se espera con expectación el transcurrir de las vistas, en donde aún no ha quedado claro si los periodistas podremos asistir, y si pudiéramos hacerlo, en qué condiciones. Una funcionaria del Tribunal Provincial de Samui me lo aclaró, por llamarlo de algún modo, hace un rato: “Abogados, diplomáticos y familiares tienen derecho preferencial, y los periodistas aún no se sabe si se les permitirá el acceso, si es que en realidad podríais caber todos, cuando ya se piensa en acondicionar una sala contigua para que podáis seguir el juicio a través de monitores de televisión. Eso sí, me dicen que queda terminantemente prohibido el acceso de cualquier equipo electrónico, donde se incluyen portátiles, cámaras de televisión e incluso teléfonos móviles”.
Hace ocho años, y en un caso muy similar –un español asesina y descuartiza a su amigo y esparce sus restos, en este caso, por el cauce del río Chao Phraya de Bangkok–, uno de los mayores morbos para el espectador fue fotografiar a Artur Segarra llegando a declarar con el clásico pijama de reo y los grilletes. En el caso que nos ocupa, el de Daniel Sancho, será bastante improbable este morbo, dado que una de los éxitos que ha alcanzado la política de tierra quemada de buena parte de los periodistas españoles que cubrimos este caso desde el pasado mes de agosto, ha sido el obligar a las autoridades tailandesas a cambiar sus hábitos. Por ejemplo: en la cárcel de Samui, cuando se esperaban las llegadas de los familiares de Sancho en los albores de esta película, fue tal el escándalo, persiguiendo reporteros motorizados, cámara en mano, a cocineros del presidio, entre otros muchos empleados, que el director de la cárcel expulsó a los medios de la entrada de la cárcel, para dejarles fuera, justo detrás de la barrera de seguridad, bajo el clásico sol que despelleja a los calvos, como previamente observé.
En aquel juicio, también mediático, aunque nada que ver con este, Artur Segarra fue sentenciado a muerte, y tras pedir perdón por carta al Rey de Tailandia, trámite necesario, le fue concedido el perdón real que desembocó en una cadena perpetua que está, según fuentes solventes, cerca de mutar en expatriación a España para continuar con algunos años más en algún presidio catalán.