Ana heredó el temple de su madre. Hay un suceso definitivo en su vida que refleja su frialdad a la hora de tomar decisiones. El 20 de marzo de 1974, cerca de las ocho y media de la noche, la joven y su primer marido regresaban de un evento al palacio de Buckingham cuando se produjo el dramático e impensado ataque que conmocionó a la sociedad británica.
Por: La Nación
Era la royal más celebrada en el Reino Unido. Su popularidad estaba muy por encima de la de su hermano Carlos, el príncipe de Gales. Prácticamente al nivel de su madre, la reina Isabel II. Las revistas la presentaban como un ícono de moda. Pocos meses antes se había casado con el capitán Mark Phillips y su boda, que fue televisada para 500 millones de espectadores, disparó su fama en todo el mundo. Seguramente, semejante exposición la puso en la mira de Ian Ball.
Aquella noche de 1974, cincuenta años atrás, cuando faltaban apenas 200 metros para llegar a Buckingham, un Ford Escort se cruzó delante de la limusina Rolls-Royce que transportaba a Su Majestad por la calle The Mall. Todo se desarrolló en cuestión de minutos… que parecieron una eternidad.
Del vehículo bajó un joven, luego se conocería su nombre, Ian Ball, con una pistola en cada mano. Ball acertó tres disparos en el custodio de la princesa, el detective Jim Beaton, de la Scotland Yard, que pertenecía al grupo especial SO14 (entrenados especialmente para defender a los miembros de la realeza) y también hirió gravemente, con un tiro en el pecho, al chofer de la princesa, Alexander Callendar. Adentro vehículo, indefensos, permanecieron Ana, que en ese entonces tenía 23 años, su marido, que era instructor de tiro en la Real Academia de Sandhurst pero esa noche estaba desarmado, y la dama de compañía de la princesa, Rowena Brassey.
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