En el primero, calificado desde nuestra ribera como el adversario, destacan: China, dictadura comunista conviviente con capitalismo arbitrado por el régimen; Rusia, oligarquía dictatorial con delirios imperiales; Corea del Norte, comunismo dinástico de culto y de obsesiva belicosidad; e Irán, clérigocracia, inquisidora medieval y misógina. Común en todos, el irrespeto contumaz a los derechos humanos y la libertad individual. En conjunto, comparten un extraordinario poderío militar, en algunos casos con la más avanzada tecnología, incluida la capacidad de agresión nuclear.
En la otra esquina de este tenso ring, Estados Unidos, democracia que fuese ejemplar, hoy erosionada por la ansiedad de los extremismos y de postura geopolítica inefable; Europa, modelo de integración regional, con fisuras en el orden bélico; y Japón, Corea del Sur y Australia, pacifistas, pero hoy en alerta de guerra. Sin duda, entre todos reúnen la mayor capacidad militar del planeta que, si bien podría tener la virtud de ser disuasiva frente al adversario, históricamente ha sido también estímulo para injustificadas agresiones armadas, particularmente por los hermanos mayores de esta alianza.
Este nubarrón de nuevas posibles conflagraciones nos recuerda que la paz sigue siendo la gran deuda de la humanidad. Si comparamos la convivencia pacífica con el progreso en otras manifestaciones, como la ciencia y la tecnología, las condiciones materiales de vida o el conocimiento, la paz permanece como la mayor frustración del proceso civilizatorio emprendido por el ser humano hace miles de años.