El conflicto por el control del poder desde sus factores constitutivos no es una novedad. ¿Cuánto tardó Stalin en recuperar las capacidades de liderazgo en las fuerzas armadas soviéticas debilitadas por las purgas políticas de la década de los ’30, al costo millonario de muertos? ¿En cuánto contribuyó al debilitamiento político del liderazgo del generalísimo Francisco de Miranda la animadversión de Roscio o del Márquez del Toro contra aquél, al costo de un gran ejército derrotado y el atraso por años de la liberación? Y acercándonos en el tiempo, la inútil “guerra federal” cuando teníamos a la mano la Constitución de 1858; o “la rebelión de los náufragos” para echar a un presidente que, más allá de sus aciertos o no, le quedaban apenas unos meses en Miraflores.
Solo unos de muchos, todos estos eventos inducidos, desencadenados como resultados o en proceso tienen un punto en común: la autoreferencialidad (y la relativización de la racionalidad del propósito colectivo) de los actores políticos que ha llevado a sobreimponer sus propios intereses o privilegiar proyectos, todo por encima de los intereses fundamentales del proceso político general de la nación, que en Venezuela nos es caro y doloroso.
Creyéndose patriotas y honestos, o sabiéndose traidores y corruptos, o creyéndolo de los antagonistas, en sus manos el poder y sus fines (logrados o no) echó a andar -con los medios al alcance- la intención del poderío. Sus resultados, en nuestra historia, son mayormente frustrantes.
Nuevamente la oportunidad deja a nuestra puerta las descarnadas realidades, para someterlas a nuestro juicio de sociedad fallida en muchos ángulos y acertiva en otros, providencial en todo momento. La autorefencialidad que es natural en los actores políticos -en este caso, opositores- ¿tendrá hoy, aquí y ahora, la templanza de la autolimitación y la apelación a los valores que reclama la nación, o sucumbirán cegados -ante el encandilamiento de la preponderante emoción que arroba a las bases populares- a la lucha intestina, canibal, que los condena al debilitamiento, a felonías por obligación, y a la derrota?
Las amenazas y desafíos pasados (la primaria, las inhabilitaciones, la persecución oficialista, y la toma de fuerza por las tarjetas y la inscripción candidatural) se convirtieron en oportunidades que demostraron las fortalezas opositoras desde el liderazgo de María Corina Machado, Manuel Rosales, la Plataforma Unitaria Democrática (PUD) y los precandidatos y partidos que orgánicamente -discutiendo, reconociendo, aceptando y cediendo- despejaron la ruta hacia el 28Jul, llevando confianza a la comunidad venezolana. Ya no existe la amenaza creíble desde el oficialismo de implosionar la oposición e impedir una candidatura con la total representatividad del mandato del 22 de Octubre. Pero no hemos ganado las elecciones: el gobierno no tiene posibilidades de ganarlas, pero la oposición para ganarlas democ?áticamente, debe obter un numero de votos equivalente a la emocion abrumadora que hay en la calle. Debemos llegar al 28Jul. Veamos.
Para ganar elecciones presidenciales se requiere: liderazgo nacional y organización, con medios y procesos estratégicos. El liderazgo nacional lo tenemos en: María Corina Machado -mandataria política del resultado del 22Oct-, Edmundo Gonzalez -candidato legitimado por la PUD y MCM-, el acompañamiento de la PUD y la innúmera sociedad civil, incontable reservorio de voluntad de cambio democrático.
La organización significa la puesta en marcha de todo el liderazgo nacional, en los estados, municipios, parroquias, barrios y caseríos hacia el logro del propósito del cambio como es la toma del poder político, en elecciones y con una abrumadora votación, legítimada por el puebo sufragando, contabilizable y defendible. Esto requiere absoluta concetración de todos los esfuerzos en el logro de todos los objetivos de campaña: hacer conocer la narrativa electoral (MCM-EGU), identificar y mapear toda la territorialidad del voto, catequizar desde el activismo las razones y narrativas del cambio, organizar el proceso de votación, defender el triunfo en las mesas y en la comunidad.
En esto no hay espacio para inquinas, mezquindades, egoísmos, representaciones personales, ‘cogollos’ ni vanidades. Solo hay una prioridad: agregar diariamente confianza incorporándo a todos los votantes, familiares y amigos, a participar. Quienes mandan son los más serviciales, los más solidarios, los más abnegados, los más desprendidos: ellos serán reconocidos.
Es urgente e indispensable reforzar y fortalecer el proceso de coordinación en el marco de un solo comando de campaña -no 2 o 3-, sin subjetividades ni reclamos de beneficios por el “yo llegué primero” ni el “yo hago lo mío”. Tampoco es la hora de montar el partido, que obliga a sectarismos y exclusiones; es la hora del partido montado en el hacer
Está en juego la confianza que La Providencia ha permitido que aflore nuevamente en el corazón y la conciencis de todos y cada uno de los venezolanos y venezolanas. El sentido es que la emocionalidad despertada por el liderazgo nacido del 22Oct sea para la reconstrucción de la nación, con bienestar, estabilidad y properidad. Estamos obligados a coincidir.