En sólo once minutos, sin gritos ni aspavientos, Edmundo González Urrutia presentó a los venezolanos el Jefe de Estado que necesitan y desean. Hombre de formación sólida en primaria, secundaria y universitaria, una carrera de servicio público sin alardes pero con dedicación, una familia de acuerdo a esos principios, y la conciencia y sentido de respeto a los derechos de los venezolanos, y el conocimiento de los deberes que un gobierno adecuado debe exigirles.
No hay que ser un genio para conocer y ejercer las dos caras de la misma democracia, que es la forma ciudadana y civilizada de convivir gobierno y población de todo país, cada cual cumpliendo sus responsabilidades y exigiendo sus derechos sin necesidad de reclamos ni mucho menos de abusos de poder.
No son los cargos públicos para disfrutar más ventajas que las que son necesarias para el cumplimiento, ni la democracia y su estructura para que la ciudadanía genere ventajas especiales. Por ejemplo, la construcción de las instalaciones para servicios públicos operativos las 24 horas de cada día del año es responsabilidad del gobierno por mandato y exigencia de la ciudadanía, que al mismo tiempo debe tener información y conciencia del verddero costo de esos servicios, que deben ser pagados, ni se reducirá la inseguridad ciudadana en una economía deficiente ni con sueldos miserables de quienes deben formar a esos ciudadanos. Y quien aún así infringe las leyes, debe ser reprimido por la vigilancia policial y sometido a las normas legales, que sentencian los jueces, la Fiscalía y el Poder Judicial no pueden ser instrumentos obedientes al Poder Ejecutivo sino aplicadores autónomos de las leyes, Y el Poder Legislativo es el creador y defensor de esas normas.
La tragedia de las tiranías es que imponen un poder sobre otro y, aún peor, los mandatos buenos o malos de un hombre o mujer al cual se obedece por temor o por complicidad en el asalto letal al poder y a los dineros que son de todos, como es el caso repugnante de la revolución que lleva 25 años degradando a Venezuela.
En cosa de minutos un hombre honesto definió lo que hay que hacer y no se ha hecho, incluyendo a los militares y policías que han sido cómplices armados de la barbarie nacida de las mentiras de Chávez y de Maduro, y de los intereses perversos del castrismo cubano –intereses sólo para sus jerarcas y no para los cubanos llevados a la miseria y la vergüenza.
Pero, como en los mundos del narcotráfico, de la delincuencia y de la perversión, ese hombre honesto debe ser apoyado no sólo por todos los venezolanos ricos y pobres, cultos e ignorantes, sino por los cómplices uniformados y armados.