Alfredo Maldonado: Barrio adentro

Alfredo Maldonado: Barrio adentro

No deja de sorprender ver a un apacible, casi abuelo bondadoso y de confianza, Edmundo González Urrutia, sentado en plena calle y rodeado de vecinos en un barrio de los cerros de Caracas, dialogando con ellos.

No es ésa la actitud habitual de los dirigentes políticos, quienes se sienten obligados a gritar frases de entusiasmo instintivo hacia ellos y sus partidos y a ese concepto un tanto vago llamado democracia, hombres tan bien preparados y experimentados como Rómulo Betancourt o Jóvito Villalba en otros tiempos –Rafael Caldera habló casi siempre de él mismo y su versión de la democracia y era habitualmente sólo su versión, y Wolfgang Larrazábal no dijo nada porque nada tuvo nunca qué decir.

Cuando los copeyanos pensaron que ya estaba bueno de candidaturas de Caldera y que la cuestión debía ser resuelta entre sus discípulos presuntamente favoritos, Eduardo Fernández y Oswaldo Álvarez Paz, Caldera se sintió traicionado y prefirió largarse del partido que él mismo había fundado antes que dar su brazo a torcer. Los veteranos que compartían años de lucha no lo acompañaron y sólo dos de sus hijos –mínimo de lealtad-lo acompañaron y el esposo militar –mínimo de obediencia- lo acompañaron, y miles de venezolanos que aceptaron ser calificados “chiripas” por Teodoro Petkoff (creo que fue el ex comunista, ya remodelado hacia el periodismo ingenioso, quien calificó despectivamente de “chiripero” a la masa desordenada que siguió a Caldera fuera de su partido. Fernández y Alvarez Paz. Calderistas de siempre, quedaron colgados de la brocha y Herrera Campins tampoco supo ser digno sucesor. Y su presunto sucesor, el exitoso en Carabobo Henrique Salas Römer sabía cabalgar y parecía eficiente, pero no logró entusiasmar a las masas, enamoradas por los medios, varios empresarios e intelectualosos y la ingenuidad popular venezolana de un militar derrotado en lo suyo pero llanero y de aspecto popular y por el cual, ante el agotamiento de los viejos partidos, votó mayoritariamente dando entrada en Venezuela, mediante las inocencia egoísta del militar derrotado pero de apariencia popular, Hugo Chávez.





Ya los partidos que impusieron la democracia en Venezuela y habían derrotado años antes a la insurgencia comunista estaban en decadencia tan acostumbrados al poder que creyeron que era cosa natural, Chávez fue una sorpresa y el resultado de que los más pobres creyeran, como siempre les habían dicho los políticos, que la República les debía todo y que por haber petróleo debían vivir bien. Y por esa extraña convicción venezolana de que los militares, por serlo, lo hacían todo bien.

Desde la dictadura desarrollista y cívicomilitar de Pérez Jiménez –por poner una fecha- la izquierda nacional era una pobre minoría, los militares seres tranquilos y socioeconómicamente apuntalados y la economía un resultado petrolero y de algunos otros sectores que sumaban a no muchos miles de trabajadores, y la gente puso su fe en los delirios de Hugo Chávez en medio de un país que si iba mal era por errores de sus protagonistas aunque todo el mundo decía que éramos de los pueblos más ricos del mundo.

Chávez no tenía idea de lo que estaba haciendo y llegó a creer que era una figura mundial y se convertiría en el sucesor de Fidel Castro, que era un hombre instruido que se ocupaba de meterse en los asuntos de todo el mundo pero dejó a su propio pueblo desplomándose entre miseria y opresión, con Chávez, sus seguidores y los militares se inició el desplome venezolano que su sucesor Nicolás Maduro ha acelerado.

Ver al símbolo de la oposición actual venezolana y perspectiva de recuperación sentado tranquilamente en un barrio caraqueño, dialogando con los vecinos y sin alardes, apoyado un una mujer inteligente y políticamente astuta, ése si es un cambio en la historia de Venezuela.

Y un cambio trascendental.