Aquella consigna de ser rico es malo, la ha olvidado la población. Son dos poderosas las razones: la aparición de la boliburguesía y toda la casta del enchufadismo, ambos generados por el régimen socialista; y la existencia de gente que ha prosperado a punta de trabajo propio y sin fregarle la existencia a nadie.
En un caso, el propio gobierno ha reconocido lo ocurrido en PDVSA. Si bien es cierto que más de dos décadas atrás hubo corrupción y, desde que López Contreras premió con sendos bonos las exportaciones distintas a la del petróleo, alcanzó nuevos horizontes, no menos lo es que resulta pavorosa la demostración de este siglo, e insoportable la vanidad y el derroche de los nuevos-ricos, acá y en el resto del mundo.
En otro caso, los venezolanos aplaudimos a quienes han hecho sus reales fregándose a diario, demostrando talento, vocación, empeño. Siendo lealmente competitivos, nuestras grandes estrellas del béisbol profesional son admiradas, reconocidas y respetadas, sobre todo, cuando llevan una vida ordenada, sobria y honesta: se saben ejemplo de juventud, como nuestros grandes basquetbolistas y futbolistas, al igual que los grandes narradores y comentaristas deportivos.
Algo parecido ocurrió en el mundo del hipismo del cul no soy aficionado, por cierto. Narradores y comentaristas, desde tiempos remotos, hicieron mucho real por la enorme credibilidad que los caracterizaba, gozando de la confianza de las grandes agencias publicitarias en el caso de no disponer de la propia que captara la confianza, atención y el compromiso de las grandes empresas de bienes y servicios.
No precisamos bien, por ejemplo, desde cuándo la narración y el comentario de las carreras de caballos, tuvieron tan arrollador éxito, pero lo suponemos desde los orígenes de la radio en nuestro país y la invención del llamado 5 y 6 en los años cincuenta del veinte. Para 1942, José Mendoza (“Miralejos”), era un referente hípico y comercial tan legendario como después lo fueron Mr. Chip, Blas Federico Jiménez, Antonio del Nogal (igualmente conocido por la animación televisiva de la lucha libre o “Catch As Catch Can”, en los sesenta), o Virgilio Decán, el famoso Aly Khan (nombre tomado de un príncipe que visitó el país un par de veces, fallecido en un accidente de tránsito).
Del Nogal o Decán, por citar un par de casos, fueron abogados de profesión, pero descollaron en la industria radial y televisiva. Anunciarse con ellos, seguramente fue un lujo como también hacerlo con varios presentadores o animadores de televisión, como Víctor Saume, Renny Ottolina, Gilberto Correa, Guillermo González, Amador Bendayán, etc.
El asunto es que la gente conocía sus trayectorias, supieron de sus ascensos, y aplaudían que la prosperidad personal fuese fruto inequívoco del trabajo honrado. Pero esto no pasaba con los políticos, empresarios, gremialistas y otros de esa estirpe legendaria: la del rentismo, fuente del resentimiento que manipularon los socialistas de la hora.