El productor Lex Borrero ha jugado un papel crucial en la evolución y el reconocimiento de la música urbana latina, colaborando con artistas como J Balvin, Bad Bunny, Tainy, Ovi o Bizarrap.
Por Antoni Belchi | VOA
Quizás el nombre de Lex Borrero no es muy familiar para el gran público, pero en la industria de la música brilla con nombre propio. Él ha sido el impulsor de artistas de la talla de Bad Bunny o J Balvin, con quién selló el éxito “Agua” y la canción de la banda sonora de SpongeBob Movie: Sponge on the run.
“Nunca pensé que iba a ser un ejecutivo de la música, ni un productor, ni siquiera un creativo en el espacio del entretenimiento”, explicaba Borrero durante una entrevista con la Voz de América.
En realidad, cuando era muy joven soñaba con ser arquitecto. De hecho, su destreza con los dibujos lo ayudó a comunicarse cuando se mudó al sur de la Florida junto a su familia. “Cuando llegué a Miami, siendo un chico colombiano sin hablar inglés, la única forma que sabía para comunicarme, especialmente con las chicas, era dibujando”, recordaba entre risas.
En ese entonces, aún era muy joven, y empezaba a interesarse por la cultura estadounidense, “entre Michael Jackson, el hip hop y Michael Jordan”. “Estaba obsesionado con ellos, quería ver cómo uno puede llegar a un punto donde uno puede tener esa clase de influencia, donde uno puede ser tan bueno en algo. Eso me llevó a descubrir qué importante era la excelencia y el trabajo necesario para ser exitoso”, relata.
Influenciado por su madre, quien dedicaba parte de su tiempo a ser pastora en una iglesia del sur de la Florida, se convenció de que él quería dirigirse a la juventud y lo quería hacer a través del “poder del entretenimiento”, ya fuera en los deportes, la música o las películas.
Así fue cómo empezó a materializar un sueño que, en poco tiempo, se iba materializando. Su familia no tenía muchos recursos y él quería comprarse un par de zapatillas de Michael Jordan, que estaban de moda.
Su madre ya le dijo que no podía hacerse cargo de ese gasto, así que empezó a ahorrar el dinero que, supuestamente, iba destinado al almuerzo escolar. Con ese dinero compraba golosinas o grababa CDs de otros cantantes para revenderlos en la escuela. Pero aún no lograba reunir el dinero suficiente para comprarse las zapatillas.
Hasta que un día vio que un día, un chico, estaba rapeando una canción en su escuela. “Ese momento fue el que lo cambió todo”, confiesa. “Le dije: ¿Por qué no hacemos tú y yo una canción? Él me dijo que sí”, recuerda.
Así que utilizó un programa de grabación bastante sencillo, nada profesional, pero lo bastante decente como para luego vender decenas de copias a otros compañeros del colegio. “A cada chica, a cada maestro, yo le decía que si no compraban los discos no nos estaban apoyando, y así fue como empecé a darme cuenta de que el mundo de la música era interesante”, dice.
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