Un equipo periodístico de SEMANA se internó en las entrañas de los Carneros, la temida secta satánica dedicada a buscar oro en las montañas de Antioquia bajo el precio que sea. Hay denuncias por horas de tortura, violaciones sexuales, eternos sacrificios y muerte. Los testimonios de los sobrevivientes son escalofriantes.
Por semana.com
Sus integrantes aseguraron que fueron obligados a violar animales, caminar desnudos a cielo abierto, causarse heridas en los cuerpos con sopletes, protagonizar orgías frente al público, beber extraños menjurjes y someterse a intensas golpizas a cambio de recibir una guaca que supuestos indígenas escondieron en la tierra.
El líder de la banda de criminales era Fabio Andrés Carmona Ramírez, recién condenado a 51 años de prisión por los aterradores vejámenes que cometió. Con base en los relatos de sus sometidos, él prestaba su cuerpo a espíritus del más allá para recibir información sobre la ubicación de los tesoros ocultos.
Este hombre citaba con frecuencia a un arcángel que tomaba el control de sus palabras, movimientos y decisiones. Al ser cuestionado por sus seguidores sobre quién era, la respuesta los dejaba inmóviles, pues comentaba que no era brujo ni hechicero, sino un enviado de Dios y todo lo hacía en su nombre. Para acceder al oro, ellos debían hacer esfuerzos sobrenaturales y ejecutar al pie de la letra la voluntad del alma que le hablaba al oído. “Vomitar 20 veces seguidas, defecar sobre montañas para espantar a los duendes, regalarles el sueldo a los caciques o entregar su vida para no hacer enfadar a los espíritus”, reiteraron los afectados.
Uno de los testigos, Róbinson Arboleda Ramírez, detalló ante la Fiscalía el infierno que vivió, mientras los bombillos del búnker se encendían y se apagaban de manera constante: “Él nos indicaba que debíamos golpearnos el uno al otro, besar los genitales de un perro, hacer el amor con el perro, tomar brebajes con amoniaco, sal, ajo, alcohol, comer mucha sal, entre otras cosas”.
En dado caso de que no quisieran ejecutar estas misiones, la única opción era dibujarse una cruz con un cuchillo caliente sobre la espalda. Pero el dolor y los sacrificios siempre los camuflaban con la esperanza de ser millonarios, pues las ganancias de la guaca les facilitarían la compra de las casas que siempre soñaron.
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