Días atrás, Jaime Lusinchi arribó al centenario de su nacimiento. Nos comentaron de un sentido acto aniversario de la dirigencia adeca ahora tan arbitrariamente desconocida y despojada de los símbolos del partido por el Estado.
El nuestro, es todavía un juicio muy crítico en relación a su gobierno. Y, de hecho, en nuestros tiempos de militancia juvenil, le hicimos una dura oposición. No obstante, importa señalar rápidamente tres circunstancias, apartando cualesquiera otras consideraciones, por ejemplo, como la inmensa arruga que corrió de la acentuada crisis estructural de la economía rentista venezolana.
Por una parte, que el gobierno de Lusinchi efectivamente terminó al cumplirse el período constitucional, y, aunque resultó sucedido por otro adeísta, sería necio asegurar que hubo una exacta continuidad. Vale decir, el gobierno más adeco de todos los que encabezó el partido blanco en el siglo anterior, como observara Henry Ramos en el citado acto, según nos comentaron, dio paso a otro de una difícil relación con el partido que finalmente le sacó la silla.
Por otra, consabidas las razones harto trilladas, lo cierto es que el expresidente envejeció, enfermó y murió dependiendo exclusivamente de su legítima jubilación parlamentaria. Esto es, a las nuevas generaciones les extrañará que no nadara en una descomunal riqueza, ni que él o su familia no fuesen propietarios de yates o aviones.
Finalmente, les extrañará aún más que sus hijos y nietos tengan el normal desenvolvimiento de una promediada clase media sobreviviente, pues, con uno de ellos nos encontramos en la mesa de una modesta cafetería de la ciudad, desprovisto de oropeles y de guardaespaldas. Saludó al amigo que nos presentó brevemente, y prosiguió con su taza de café luego de un gesto de cortesía, esperando por otra persona.