Aseguraba alguien que leer es recordar, y más allá del platonismo que pueda encerrar esta afirmación o de que la lectura sea una experiencia mucho más amplia cada vez que leo las noticias de la prensa española le tengo que darle la razón a quien lo dijo. No sé si se debe al hecho de que la corrupción es inherente a la naturaleza humana y más visible o más ostensible en la actividad política, pero lo cierto es que al ver en los medios las acusaciones y todo lo que se dice de la esposa del presidente de España, Pedro Sánchez, me vino a la memoria un episodio de la política venezolana que tuvo su apogeo en la década de los 80 del siglo pasado y del que fue protagonista la señora Blanca Ibáñez quién se desempeñaba como secretaria del presidente Jaime Lusinchi con el que se la había venido vinculando sentimentalmente desde hacía tiempo y con quién contraería nupcias unos años más tarde.
Blanca Ibáñez estuvo ligada a diversos escándalos de corrupción administrativa, unos relacionados con RECADI, el organismo regulador de las divisas y de la actividad cambiaria en Venezuela de la época, y con algunas partidas ministeriales del presupuesto nacional, otros con la influencia, a veces ni siquiera disimulada, que tuvo en la toma de decisiones gubernamentales de la presidencia que afectaron diversos aspectos de la vida nacional, entre los que cabría destacar aquel de septiembre del año 1987 cuándo con ocasión de la tragedia que damnificó a diversos sectores de la ciudad de Maracay, consecuencia de las torrenciales lluvias e inundaciones causadas por el desbordamiento del río Limón que dejaron más de cien muertos según cifras oficiales, cientos de heridos y miles de damnificados, la señora Ibáñez que además no había nacido en Venezuela, fue captada por diversos medios informativos vistiendo un uniforme militar, pasando revista y dando órdenes, como si fuera un general al frente del operativo militar de rescate y de asistencia sanitaria a la población y barrios más necesitados, abuso que causó gran malestar entre la oficialidad militar. No menos importante fue aquel otro, causa de su imputación penal años más tarde, relativo al uso de una partida presupuestaria destinada a otros fines más colectivos, para la compra de 65 jeeps que serían utilizados por la militancia del partido de gobierno Acción Democrática, así como de las reticencias y suspicacias que levantó la obtención de su título de abogado en una universidad privada venezolana o el que una plaza pública de un barrio caraqueño fuera bautizada con su nombre.
Enjuiciada y condenada en par de ocasiones de las que pudo librarse al encontrarse fuera del país en una de ellas y declararse prescrito el delito por la Corte Suprema de Justicia en la otra, se fue a vivir, posteriormente, con el expresidente Lusinchi a los Estados Unidos. De ella, un importante periódico español llegó a decir que casi gobernó Venezuela sin necesidad tan siquiera de ser candidata a la presidencia.
Creo recordar que en aquel entonces alguien escribió un artículo titulado La mujer del césar, refiriendo aquel episodio contado por Plutarco en Vidas Paralelas, en el cual se vio envuelta Pompeya la esposa de Julio César, que aún no era el césar imperial que todos conocemos, sino un ilustre candidato a pretor de la república romana. Según el célebre historiador y moralista de origen griego corría el tiempo en que se celebraba una fiesta religiosa con ceremonias y ritos órficos en honor a la diosa de la fertilidad y de la familia venerada por los romanos y conocida con el seudónimo, entre otros varios que se le daban, de Bona Dea, y en la cual podían participar solo mujeres, en este caso nobles, no pudiendo los varones de la casa donde se llevase a cabo el rito, en esa oportunidad le tocó a la de Julio César, permanecer en ella durante todo el tiempo que durase la celebración. Fue cuando se produjo la conocida travesura de Clodio, joven patricio adinerado y de noble familia, (aunque otras versiones lo colocan como el amante secreto de Pompeya) quien se introdujo en la morada vestido de mujer para engañar a la servidumbre y mancillar la sagrada ceremonia que ponía además en entredicho la honorabilidad de las mujeres y doncellas que allí se habían dado cita, con lo cual, luego de ser descubierto por una de ellas, fue echado de la casa y denunciado ante la justicia. Julio César ante las habladurías que corrían por toda la ciudad y también pesando en su carrera política decidió repudiar a su esposa y divorciarse. Durante el juicio Plutarco le atribuye a él haber pronunciado la frase “Porque quiero que de mi mujer ni siquiera se tenga sospecha”, que tiene una variante más general en “la esposa de César debe de estar por encima de toda sospecha”, y que otros achacan a Cicerón, quien actuó en ese mismo juicio en defensa de Clodio, y que con el tiempo se ha vuelto más popularmente conocida como “la mujer del césar no solo debe ser honesta sino también parecerlo”.