Un nuevo capítulo del sueño americano cautiva a cientos de colombianas: cuidar a menores de edad en Estados Unidos a cambio de vivir una entretenida pasantía cultural. Aunque buena parte de las experiencias resultan exitosas, hay alarmantes denuncias por esclavismo, abuso, retención y persecución.
Por Semana
SEMANA recibió testimonios de mujeres que sobrevivieron a las tentadoras ofertas de trabajo. Ellas ‘hipotecaron’ la plenitud de su juventud y renunciaron a la calidez de sus hogares para sumergirse en la práctica de moda. Todo se redujo a intensos golpes e inexplicables normas que terminaron controlando sus vidas por meses enteros.
Juliana Sánchez, que en realidad tiene otro nombre, escuchó en los pasillos de su universidad que cientos de familias norteamericanas estaban reclutando a personas que estuvieran dispuestas a atender a sus hijos por un par de horas, estudiar inglés y recibir 200 dólares cada semana.
Se trataba del programa Au pair, una palabra de origen francés que traduce al español ‘a la par’. El objetivo es que ciudadanas entre los 18 y 26 años viajen al exterior y se conviertan en una integrante más del hogar por un año, siempre y cuando contribuyan en la formación de los niños en los tiempos estipulados en un contrato.
En el caso de Estados Unidos, la iniciativa es administrada por el Departamento de Estado, quien da el visto bueno a las agencias que se encargan de hacer la conexión entre las jóvenes y los padres, un millonario negocio que se extiende por todo el mundo y crece con fuerza en todos los países de América Latina; aunque los hombres también son reclutados.
“Los participantes y las familias anfitrionas participan en una oportunidad intercultural mutuamente gratificante. Los participantes pueden continuar con su educación mientras experimentan la vida cotidiana con una familia, y los anfitriones reciben cuidado infantil confiable y responsable”, se lee en la entidad. En el mejor de los escenarios, el pacto se cumple al pie de la letra y la migrante puede distribuir su tiempo entre los pequeños, la educación en la segunda lengua y sumergirse en la cultura americana. En las peores situaciones, son encerrados en apartamentos para laborar sin descanso y asumir todos los servicios generales.
El común denominador es que, cada semana, la niñera esté al cuidado de los menores por 45 horas. En el caso de las colombianas, cada 60 minutos están avaluados en 4,4 dólares y no tienen que asumir costos en el hogar; mientras que las norteamericanas que cumplen con similares tareas y, por el mismo tiempo, ganan 16,40 dólares.
Juliana Sánchez describió con desazón su experiencia: “Me sentí engañada y explotada, era un sueldo menos del mínimo y no siento que haya sido lo que me vendieron al principio. Somos mano de obra barata y quieren aprovechar al máximo el tiempo que estemos en su casa. Me sentí decepcionada”.
Las inconformidades con el salario solo son la punta del iceberg. Detrás del famoso intercambio cultural se esconden amargas vivencias que, según las entrevistadas, rayan con la violación de los derechos humanos. Ellas reconocieron que se negaron a denunciar estos episodios ante las autoridades judiciales por temor de ser tiradas a la calle.
“Secuestradas y maltratadas”
Las familias que requieren niñeras hacen una selección meticulosa de la compañía que quieren para sus hijos: edad, nacionalidad y comportamiento.
Lo mismo hacen las mujeres que aspiran a los cargos, pues se les da la oportunidad de escoger el perfil soñado: número de niños, ciudad de residencia y actitud de los anfitriones. Las fuentes consultadas por SEMANA aseguraron que las primeras semanas de trabajo fueron increíbles y, con el paso de las horas, la percepción se desplomó hasta hacer insostenible la relación, por lo que le pedían al programa reevaluar la pertinencia de su continuidad y enviarlas a otro hogar del país.
Carolina López, otro nombre modificado por petición propia, detalló que los gringos le pidieron que los viera como unos padres y que debía cumplir todas sus pretensiones porque le estaban tendiendo la mano: “Incumplieron los acuerdos y ya no solo tenía que cuidar al niño, ahora tenía que lavar, cocinar y limpiar como si fuera una esclava todos los días”.
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