Durante más de un siglo, un miembro de la familia Belville visitaba el Observatorio Real de Greenwich al menos tres veces por semana. Él o ella ponía la hora en un reloj y recorría Londres para vender esa información a sus clientes.
Por BBC
Cuando la última de las vendedoras de tiempo de la familia, Ruth, murió en 1943, había pasado más de medio siglo registrando la hora y transmitiéndola.
Un rival, St John Wynne, trató de arruinar el emprendimiento. Pero le salió el tiro por la culata: al final, simplemente impulsó el negocio de Belville.
Wynne, tratando de captar clientes para su propia empresa de sincronización horaria, pronunció un discurso publicado más tarde en el diario Times, afirmando que el método Belville estaba “graciosamente desactualizado”.
También insinuó que Ruth Belville usaba sus artimañas femeninas para conseguir clientela.
Cómo empezó
El negocio de los Belville era una empresa familiar, iniciada por John Henry Belville en 1836.
Era hijo de un refugiado que huyó de la Revolución Francesa y luego se convirtió en pupilo y aprendiz de John Pond, el Astrónomo Real.
(Como nota al margen, al describir a Belville a un colega, Pond dijo que el joven era “firme aunque no inteligente”.)
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