Se ha vuelto costumbre observar a niños y jóvenes apostados en las avenidas de la ciudad de Mérida esperando que se active el bombillo rojo del semáforo para iniciar la labor de limpiar los vidrios de los vehículos, asumiendo el riesgo que ese trabajo representa.
Jesús Quintero / Corresponsalía lapatilla.com
Sus implementos de trabajo son una botella de agua jabonosa y un haragán pequeño para eliminar residuos de jabón y así dejar limpio el vidrio del automóvil.
Son largas las horas de trabajo, con sus rostros quemados por la inclemencia del sol, sus ropas gastadas y muchas veces apenas logran reunir dinero para medio comer y pagar un alquiler.
A esta situación se suman los malos tratos que reciben de algunos conductores, que se incomodan ante la presencia de estos jóvenes que, a pesar de las condiciones en que trabajan, se rehúsan caer en conductas delictivas, y de una manera honesta se “ganan la vida”.
Narran sus historias
Arrancan la jornada temprano en la mañana a las 8:00 am, y se extiende hasta las 6:00 o 7:00 de la noche, siempre y cuando haya buen clima y no llueva.
“Diariamente se puede hacer entre 5 dólares y 8 dólares en promedio. Hay días muy buenos, otros no tan buenos, pero que sirven para comer y comprar una harina para la casa y reunir para el alquiler”, expresaron los chamos que inician su faena en el semáforo de la intersección vial entre la calle 26 y la avenida Las Américas de Mérida cada mañana bien temprano y pasan todo el día “echándole pichón a la chamba para no desanimarse y salir adelante”, relataron.
La mayoría vive en zonas de alta vulnerabilidad social y por la situación económica se vieron obligados abandonar sus estudios para llevar algo del pan diario a sus hogares y apoyar a sus padres, sin que esto sea garantía de estabilidad. Mantienen la esperanza de progresar y tener mejores oportunidades que les permita brindar bienestar a sus familias.
Un alto porcentaje de ellos abandonó sus estudios, no terminaron la primaria, mucho menos sacaron el bachillerato completo.
Alto riesgo
La calle se ha convertido en su día a día, expuestos a cualquier cantidad de situaciones de peligro.
Algunos de los consultados, de quienes reservamos su identidad pues son menores de edad, viven en la zona baja del municipio Libertador, conocido como Arias Cuenca, y diariamente suben y bajan por la Cuesta de las Heroínas para llegar a su punto de trabajo, ubicado en una de las intersecciones viales más transitada de la ciudad de Mérida.
Relataron que en varias oportunidades han tenido que correr cuando llegan los cuerpos de seguridad, porque aunque no están haciendo nada malo, contaron que buscan retenerlos, a lo que ellos se rehúsan.
Su vida está en la calle, a pesar de las duras condiciones a las que deben enfrentarse, donde no existe seguridad, sufren el abandono de sus familias y de una u otra forma subsisten ante la adversidad.
Uno de ellos, con 24 años de edad, es nativo del Valle del Cauca en Colombia. Relató que le va bien, “en la chamba hago lo necesario para no pasar hambre y dormir bajo techo”.
No pierden la esperanza de salir de su precaria situación, tener estabilidad, formar una familia y surgir dentro o fuera de su patria para vivir dignamente como cualquier persona.
Mientras tanto, los dueños de los vehículos, algunos se molestan cuando estos muchachos ofrecen su servicio de limpiavidrios en el semáforo; otros acceden a que limpien el vidrio y les dan alguna propina que puede ser en bolívares o billetes en dólares.
Esta es la Venezuela de la supervivencia, donde hasta los niños se rebuscan para sustentar a sus familias y garantizar, aunque sea, los alimentos del día a día.