Apenas terminaron de cenar cada uno de los chicos se fue a su cuarto a prepararse para salir. Es lógico, tienen veinte años y usan la casa como un hotel. Levanto la mesa y me pongo a ordenar todo mientras mi marido ve un partido de fútbol. Más allá de que tengo una familia hermosa y un buen trabajo vengo sintiéndome insatisfecha. Como si me costara aceptar que en la vida no hay mucho más que esto.
Por infobae.com
Cuando termino de limpiar la cocina voy a la sala de estar y prendo la computadora. Navego un rato por varios sitios de noticias y algunas redes sociales. Después de ver su partido de fútbol, Carlos apaga la tele y se va a dormir. Pienso que es sábado a la noche y siento un poco de melancolía.
En un portal de noticias encuentro un aviso que me llama la atención: “ten una aventura”. Se llama Ashley Madison, un sitio para infieles. Clikeo para ver de qué se trata y me pongo a navegarlo. Después de fantasear un rato con algunos hombres me doy cuenta de que algo me está pasando.
Me sorprendo analizando quién vale la pena y quién no en forma rápida y precisa. Proceso posibles amantes con la velocidad de una computadora. Miro qué altura tienen, cuánto pesan, cómo es su cuerpo. Si aprueban esos prerrequisitos trato de indagar sus intereses, ver si parecen inteligentes o básicos. Varios me producen cosas. Lo opuesto a mi marido, con quien la rutina nos pasó por arriba. El último paso de mi casting es ver cómo los califican otras mujeres con las que estuvieron. Lo que empecé por curiosidad se está transformando en un tsunami.
Llevo una hora frente a la pantalla y no puedo parar. Me siento como una ludópata. Encuentro a un tipo igual a George Clooney. Otro con un lomazo de boxeador. Mientras paso hombres como si fueran juguetes sexuales me entusiasmo pensando que no me voy a morir habiéndome acostado solo con mi marido y un par de novios.
aigo en la cuenta del estado en el que estoy y me angustio un poco. Siento culpa por estar navegando un sitio para infieles y sobre todo, por haber perdido el control de mí misma. ¿Veinte años de un buen matrimonio entran en crisis por tan poco? Me asusta mi propia fragilidad.
Pienso en cerrar la página y exorcizar mis demonios pero no lo hago. Aunque no pretendo hacer cualquier locura tampoco me quiero seguir reprimiendo. ¿Cuál es mi olla a presión? ¿Mil años teniendo sexo con la misma persona? ¿Malgastar los pocos cartuchos que me quedan antes de volverme invisible cuando no atraiga a nadie?
Sigo estudiando los perfiles de los hombres y los comentarios de las amantes que se animaron a escribirlos. Encuentro algunos casos que buscan tríos y mi ansiedad crece; ni me animo a mirar a los ojos a esa vieja fantasía que tengo. Oscilo entre la calentura de querer tener sexo con alguien ahora mismo y la angustia por mi descontrol.
En un impulso saco la tarjeta de crédito y cargo mis datos para poder usar las herramientas premium. Cuando voy a apretar enter caigo en la cuenta de que mi marido recibirá el extracto y por más que el sitio garantice la privacidad me da miedo. Después de unos segundos en los que mi cabeza piensa a doscientos kilómetros por hora saco la tarjeta del trabajo. Llegado el caso le explicaré a mi jefa, que le sobra humanidad.
Al terminar de cargar los datos de la tarjeta corporativa algo me frena. En otro impulso cierro la página sintiendo todo tipo de emociones contradictorias. Estoy frustrada por no poder acostarme con algún hombre esta misma noche. Y tranquila de saber que mi familia y mi vida están a salvo.
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