Han quedado prácticamente a su suerte en estos últimos años, muy a pesar de que el régimen chavista se ha jactado en reconocer y dar visibilidad a los pueblos originarios. Las comunidades indígenas en el recóndito estado Delta Amacuro, al extremo oriente del país, no escapan del abandono y la desidia de quienes deberían garantizarles una mejor calidad de vida.
Jefferson Civira // Corresponsalía lapatilla.com
Azotadas por enfermedades que en otros países han sido erradicadas desde hace varias décadas, pero que en Venezuela han vuelto por la falta de efectivas políticas en materia de salud, los pueblos warao ven la muerte de cerca, ya sea por males como tuberculosis, paludismo y VIH.
Recibir atención médica puede resultar una verdadera odisea para quien padezca alguna de estas enfermedades, ya que como se sabe, los centros asistenciales carecen de todo tipo de insumos y tratamientos, aunado a la muy deteriorada infraestructura.
La muerte de más de 20 niños de edades comprendidas entre los 4 y 12 años a causa de una extraña enfermedad, encendieron las alarmas en la población deltana, especialmente en las comunidades indígenas Sakoinoko, Yorinanoko y Mukoboina. Aunque los síntomas en los infantes eran similares, tales como fiebre, dolor de cabeza y cuello, convulsiones y opresión en el pecho, desde que se produjeron los decesos en el mes de abril, hasta el momento, sigue siendo un misterio la enfermedad que pudo causarlos.
Desidia estatal
Abraham Marquina Sucre, quien es habitante de la comunidad indígena warao Bonoina, ubicada en el corazón de la selva en la parroquia Manuel Renaud, municipio Antonio Díaz, al este de Delta Amacuro, cuenta que en las diferentes comunidades abundan las enfermedades que han ido diezmando a la población. Asegura que la tuberculosis o TBC, como se le conoce comúnmente, es consecuencia de la mala alimentación de los aborígenes.
Otras enfermedades son causadas por la falta de agua potable, principalmente en las zonas más alejadas, lo que obliga a las personas a tomar agua de los contaminados ríos, lo que ocasiona diarrea, deshidratación y otras afecciones gastrointestinales. Aunque son patologías fáciles de controlar si se aplica un tratamiento adecuado, Marquina Sucre afirma que la gente muere porque no se consiguen medicamentos antidiarreicos o soluciones orales, por ejemplo.
Explica el poblador indígena que la comunidad de Bonoina queda a ocho horas viajando en canoa (embarcación propia de los pueblos originarios) desde Tucupita, capital deltana, lo que dificulta el traslado de un enfermo hasta la ciudad.
“La ausencia de la gobernabilidad es muy grande en nuestro estado. Estamos mal por falta de medicamentos, allá (en la comunidad) hacen falta muchos medicamentos y por eso se nos está muriendo nuestra gente. Desde enero hasta acá (finales de mayo) contamos más de 50 personas adultas por enfermedades que han podido tratarse, imagínense los niños, más de 30, es decir, ya estamos llegando casi a los 100 entre adultos y niños, de todas las comunidades de Bajo Delta, todo por falta de atención médica”, lamentó Marquina Sucre.
Añade que en la comunidad indígena Bonoina tienen censadas 560 personas, de las cuales se ha registrado un importante número de decesos en los primeros cinco meses del año a causa de diversas enfermedades. Aunque físicamente hay ambulatorios, estos no cuentan con la dotación de insumos requerida para atender a la población y mucho menos laboratorios para realizar los exámenes y saber qué enfermedad puede padecer el paciente.
Incluso, enfermos que son trasladados de comunidades remotas al hospital Luis Razetti de Tucupita, fallecen porque el centro de salud tampoco cuenta con los insumos necesarios, denuncia el luchador social indígena. Al no contar con medicamentos, solicitan a los familiares comprarlos en las farmacias, pero al ser personas de muy bajos recursos, no pueden adquirirlos, y en muchos casos deben apelar a las organizaciones como Cáritas o a los misioneros de la Consolata.
Una penosa travesía
El periodista local Melquiades Ávila, quien es miembro de la comunidad warao, relata el seguimiento que ha hecho a toda la situación del precario sistema de salud en esta región del oriente del país, específicamente la zona indígena.
Señala que los pueblos originarios se encuentran en un contexto de emergencia, debido a la falta de atención primaria que sufren los habitantes de las aproximadamente 320 comunidades indígenas que existen en la entidad.
Cuenta que los dispensarios rurales, que solían atender a los enfermos que acudían a cualquier hora del día, desaparecieron desde hace unos 10 años. Solo en comunidades muy específicas (cuatro o cinco) han quedado los médicos cubanos con los que el régimen chavista tiene convenios. No obstante, la mayoría de estas zonas han quedado desasistidas en materia de salud.
“En estas comunidades lo que se evidencia claramente es la ausencia de la atención primaria, no hay ni siquiera personal paramédico que atienda a los waraos, a los niños en caso de algunas enfermedades endémicas. Aunado a ello, se le suma la falta de transporte para movilizar a un enfermo hasta un centro de salud donde exista algo de medicinas”, precisa Ávila.
El comunicador social explica que, dadas las condiciones geográficas de este estado, el tipo de transporte que más se utiliza es del tipo canalete o curiara. Dependiendo de la comunidad, los trayectos para llegar a la ciudad pueden durar el más cercano entre seis y 10 horas. Pero en otros casos, hasta cinco y seis días, las zonas más lejanas, debido a la lentitud, ya que no hay gasolina ni tampoco motores para agilizar los viajes.
“El problema fundamental es el remo y la fuerza de la vela. Lastimosamente, el remo es lo que se utiliza, volver a la época de antes, cuando no existían los motores, que actualmente no se utilizan porque no hay combustible. Cuando viajan, son cinco o seis días que se tienen que enfrentar con el hambre, el sueño, el sol, la lluvia, todas esas calamidades porque no hay otra forma, sino remar río arriba por el Orinoco para llegar hasta Tucupita”, cuenta el periodista.
Pese a que no existen cifras acerca del porcentaje en que se han incrementado estas enfermedades por la renuencia de las autoridades de darlas a conocer, asegura que la tuberculosis “se ha disparado” de forma alarmante. Incluso en el propio hospital de Tucupita, señala que hay muchos casos de esta enfermedad infecciosa.
Enfermedades crónicas como el VIH han tenido un importante repunte. Sin embargo, no existe pronunciamiento oficial, así como tampoco el Estado venezolano le hace seguimiento.
“El VIH Sida es una situación alarmante en algunas comunidades warao. Hay un punto, un foco de contaminación, que se llama San Francisco de Wayo en el municipio Antonio Díaz. Esa población está siendo acabada por esta enfermedad y al ser una comunidad grande, entonces contagia todo el radio alrededor donde hay entre 20 y 30 comunidades afectadas, y el Gobierno no lo quiere reconocer”, manifestó Ávila.
Antecedentes de la extraña enfermedad
No es la primera vez que ocurren múltiples muertes por una “rara enfermedad”. En el año 2018, al menos 39 personas murieron a consecuencia de una extraña enfermedad, que a pesar de que en su momento se dijo que se investigaría su origen, seis años después se desconoce qué la causó.
Tanto las muertes de 2018 como las ocurridas más recientemente, las autoridades sanitarias extrajeron muestras de sangre que fueron enviadas a la ciudad de Caracas para someterlas a pruebas de laboratorio. En el caso de las muestras tomadas el pasado mes de abril, la gobernadora chavista, Lizeta Hernández, anunció en ese entonces que habían dado negativo a patologías como dengue, tuberculosis, malaria, chikungunya, meningitis y neumococo.
Dada la cercanía con el estado Bolívar y el territorio Esequibo, el paludismo es una enfermedad febril que campea en el Delta Amacuro. Muchos indígenas se van a trabajar a las minas y regresan a sus comunidades contagiados con la enfermedad, pero ante la falta de tratamientos, el cuadro en la persona enferma se agrava y muere.
Huir de la muerte
En su página web, Consolata América, una red de misioneros presente en 33 países del mundo, publicó que, a pesar de la declaración de la gobernadora chavista, Lizeta Hernández, en la que afirmaba que “la situación fue controlada”, informaciones recibidas por familias de las comunidades Mukoboina y Jokorinoko daban cuenta de que la “rara enfermedad” seguía matando gente.
A mediados de abril de este año, el padre Andrés García agradeció las “diligencias gubernamentales” en las que se envió un barco hospital llamado “La Barcaza” con un equipo de médicos epidemiólogos, a fin de dar con el diagnóstico y frenar la patología que provocaba las muertes.
Aunque los médicos informaban poco de la “rara enfermedad”, se manejó de manera extraoficial que la causa de las muertes se debió a una cepa de meningitis. Esta situación forzó a familias de las comunidades Mukoboina y Jokorinoko a nuevos desplazamientos, huyendo de la enfermedad y de la muerte.
Mientras tanto, los habitantes de estas comunidades, así como las organizaciones humanitarias que trabajan en estos territorios, continúan a la espera de saber a ciencia cierta qué enfermedad causó las más de 20 muertes entre los meses de marzo y abril. La única certeza que existe es el miedo de que pueda producirse otra ola de contagios.