Marina Chapman recién pudo contar su historia 50 años después de la traumática experiencia, en su autobiografía titulada “La niña sin nombre” (The Girl With No Name), un libro que rápidamente se convirtió en best seller. Cómo se incorporó a la manada, su vuelta a la civilización y las dudas en su relato
El día que la vida de Marina Chapman cambió para siempre fue una tarde de 1954 en algún rincón de Colombia. Jugaba tranquilamente en el jardín de su casa cuando, sin previo aviso, una mano negra y un pañuelo blanco impregnado con una sustancia química la hicieron perder el conocimiento. Cuando despertó, se encontraba en la parte trasera de un camión junto a otros niños aterrorizados. La pequeña Marina, de apenas cuatro años, reveló que no podía comprender lo que sucedía.
La siguiente vez que recobró la consciencia, contó, estaba siendo cargada por un hombre que, junto con otro cómplice, la llevaba a lo profundo de la selva. Abandonada a su suerte, Marina se encontró sola en la vasta inmensidad verde, rodeada de árboles imponentes y sonidos desconocidos. La selva, con su calor abrasador y su misteriosa oscuridad, se convirtió en su prisión y, a la vez, en su salvación.
Los monos capuchinos, su nueva familia
Despertada por el sol inclemente, Marina comenzó a vagar sin rumbo, enfrentándose al miedo y al hambre. Abandonada a su suerte a los cuatro años, se encontró sola en un mundo donde cada día era una lucha por la supervivencia. La primera noche, mientras el rugido de la selva llenaba el aire, Marina se acurrucó en la base de un árbol, temblando de miedo y soledad.
Con el amanecer, comenzó a explorar su nuevo hogar. Según detalló, su primera interacción con los monos capuchinos fue llena de temor y fascinación. Estos pequeños primates, con su curiosidad natural, la rodearon, inspeccionándola con sus ojos brillantes y manos hábiles. A pesar del miedo inicial, Marina observó y aprendió de ellos, dándose cuenta de que su única oportunidad de sobrevivir residía en imitar a estos animales.
Los monos capuchinos se convirtieron en los inesperados maestros de Marina. Imitándolos, aprendió a reconocer los alimentos comestibles y a evitar los peligros. La selva ofrecía una dieta variada: insectos, frutas silvestres como guayabas, higos y plátanos, y nueces de Brasil. Marina descubrió que algunas frutas, aunque poco apetitosas a primera vista, podían saciar su hambre.
La niña también aprendió a trepar árboles con una agilidad sorprendente. A pesar de las numerosas caídas y raspones, su perseverancia dio frutos. Alcanzar el dosel del bosque le permitió dormir en las alturas, lejos de los depredadores terrestres. Las noches en la selva, aunque frías y solitarias, eran menos aterradoras cuando escuchaba los tranquilos murmullos y cantos de sus compañeros primates.
Con el tiempo, Marina se integró completamente en la manada de monos. Cada uno de ellos tenía una personalidad distintiva y un papel dentro del grupo. “El abuelo”, un mono mayor con pelaje blanco, se convirtió en una figura protectora para Marina. Su sabiduría y cuidado fueron esenciales para la supervivencia de la niña.
Una anécdota reveladora ocurrió cuando Marina enfermó gravemente tras comer una fruta venenosa. Mientras su cuerpo se retorcía de dolor, “el abuelo” la condujo a un arroyo cercano. Con una determinación inusual, la obligó a beber grandes cantidades de agua, provocando que vomitara el veneno. Este acto de cuidado salvó su vida y fortaleció su vínculo con la manada.
La rutina diaria en la selva implicaba más que la búsqueda de alimento. Los monos dedicaban gran parte de su tiempo al acicalamiento, una actividad que no solo mantenía la higiene del grupo, sino que también reforzaba los lazos sociales. Marina participaba en estas sesiones, sintiendo la tranquilidad que ofrecía el contacto y la compañía.
Las interacciones con los monos no siempre eran pacíficas. Las peleas territoriales eran comunes y aterradoras. Marina aprendió a esconderse durante estos conflictos, observando cómo los monos defendían su territorio con una ferocidad impresionante. Estos momentos le enseñaron sobre la importancia de la comunidad y la protección mutua.
A medida que pasaban los años, Marina se transformó en una criatura de la selva. Su cuerpo se adaptó al entorno: los músculos de sus brazos y piernas se fortalecieron, su piel se volvió resistente a las inclemencias del tiempo, y sus sentidos se agudizaron. La niña humana que había sido se desvaneció, reemplazada por un ser que entendía y respondía a los ritmos de la naturaleza.
La selva, con sus peligros y maravillas, se convirtió en su hogar. A pesar de la dureza de su vida, Marina encontró una extraña forma de consuelo en su nueva familia. Los monos, con su constante compañía, llenaron el vacío de soledad que había sentido desde el día en que fue secuestrada.