Yaser, un ingeniero egipcio de 60 años, realizó la semana pasada la peregrinación del hach en La Meca sin haber obtenido el permiso que solicita desde hace años. Y hoy lamenta amargamente su decisión.
Aunque sobrevivió a los extenuantes ritos de esta ceremonia sagrada de los musulmanes, perdió desde el domingo el rastro de su esposa, Safa, y teme que sea una de las más de 1.100 personas fallecidas, la mayoría egipcios no registrados, que sucumbieron generalmente al calor sofocante.
“La busqué en todos los hospitales de La Meca”, dice Yaser, contactado por teléfono por AFP en el hotel donde se aloja. El hombre duda en hacer las maletas de su mujer. “Me niego a creer que haya muerto”, afirma.
Un diplomático árabe afirmó a AFP que los 630 egipcios identificados entre los fallecidos eran peregrinos clandestinos que no pudieron acceder a las tiendas climatizadas puestas a disposición para enfrentar temperaturas que alcanzaron los 51,8º C en la Gran Mezquita de La Meca.
Un alto cargo saudita indicó este viernes a AFP que “el Estado no falló”, aunque admitió que “hubo un error de juicio por parte de las personas que no evaluaron los riesgos” de la situación.
El funcionario afirmó que las autoridades confirmaron 577 muertes durante los dos días más importantes del hach, el sábado y el domingo, y precisó que se trataba de una cifra parcial.
El hach es uno de los cinco pilares del islam y todo musulmán que disponga de los medios necesarios debe realizarlo al menos una vez en su vida.
Este año congregó a 1,8 millones de fieles, 1,6 millones de ellos procedentes de otros países, según las autoridades sauditas.
Los visados son otorgados por Arabia Saudita según un sistema de cuotas por país y, en casos como Egipto, sorteados luego entre los fieles.
Quienes salen sorteados deben recurrir a agentes de viaje acreditados, generalmente costosos.
Por eso muchos fieles intentan evitar los circuitos oficiales, sobre todo desde que el reino introdujo visas turísticas en 2019.
El funcionario saudita estimó el número de peregrinos no registrados “en unos 400.000”, “casi todos de una nacionalidad”, refiriéndose probablemente a Egipto.
“Cuerpos en el suelo”
Yaser, que se negó a dar su apellido, rápidamente entendió las dificultades que tendría que enfrentar por no tener el permiso.
Incluso antes del inicio de la peregrinación hace una semana, algunos comercios y restaurantes se negaron a atenderlo.
Cuando empezaron los ritos, con largas horas de marcha y oración bajo un sol abrasador, tuvo que pagar tarifas exorbitantes para subir a los autobuses oficiales, único medio de transporte en los lugares sagrados.
Agotado por el calor, relata que fue rechazado en un hospital donde buscaba ayuda y que perdió el rastro de su esposa en la multitud durante el ritual de la “lapidación del diablo” en Mina, cerca de La Meca.
Desde entonces pospuso varias veces su vuelo de regreso.
Otros peregrinos clandestinos egipcios describieron a AFP dificultades similares y escenas dramáticas durante los rituales en Mina.
“Vi cuerpos en el suelo. También personas que se desplomaban repentinamente y morían de agotamiento”, cuenta Mohamed, de 31 años, un egipcio que vive en Arabia Saudita y realizó el hach con su madre, de 56.
Una egipcia, residente en Riad, afirma que vio morir a su madre antes de que llegara una ambulancia y que el cuerpo fue llevado a un lugar desconocido. “¿No tenemos derecho a verla una última vez antes de que sea enterrada?”, se pregunta.
Incluso algunos peregrinos registrados tuvieron dificultades para acceder a los servicios de emergencia, lo que muestra que el sistema estaba desbordado, afirma Mustafa, cuyos dos padres, ambos con permisos de hach, fallecieron después de ser separados de los familiares que los acompañaban.
“Sabíamos que estaban cansados”, dice Mustafa por teléfono desde Egipto. “Caminaban mucho, no encontraban agua y hacía mucho calor. Nunca volveremos a verlos”, lamenta, señalando que su único consuelo es que la sepultura de sus padres se halle en La Meca, la ciudad más sagrada del islam. AFP