“Elvis ha dejado el edificio”: así fue el último concierto del Rey del rock’n’roll dos meses antes de su muerte

“Elvis ha dejado el edificio”: así fue el último concierto del Rey del rock’n’roll dos meses antes de su muerte

Elvis Presley junto a su manager, el Coronel Parker, en el Hilton Hotel de Nueva York el 9 de junio de 1972 (Photo by Michael Ochs Archives/Getty Images)

 

Fue la última vez. Nadie lo supo hasta cincuenta y un días después. Ni siquiera él mismo, que estaba a punto de ver cómo se derretían sus alas de cera, estragadas por el hastío, el alcohol, las drogas y una vida que se había consumido con excesiva rapidez: tenía cuarenta y dos años y pese a su estado físico, estaba gordo, le costaba respirar, mucho más “robar” algo de aire entre sílabas generosas y síncopas estudiadas, Elvis Presley seguía a la cabeza de los ídolos de rock de una época que no se resignaba a pasar.

Por infobae.com

El domingo 26 de junio de 1977, a las ocho y media de la noche, Elvis, que había alcanzado ya esa gloria tonta de ser reconocido sólo por el nombre, salió al escenario del Marquet Square Arena de Indianápolis a hacer lo que mejor sabía: cantar. Ya no era el de antes. Ni volvería a serlo. Pero sus seguidores eran los de siempre. A Elvis le bastó aparecer en escena, descifrar con su voz cavernosa y modulada las letras de sus viejos éxitos, mover un poco las caderas y algo más la pelvis, que así lo habían consagrado, como “Pelvis” Presley y el mundo fue suyo. Una vez más.

Cuando el recital terminó, Elvis se despidió con un hasta luego: “We’ll meet you again. God bless, adiós – Volveremos a vernos, Dios los bendiga, adiós”. Murió el 16 de agosto en el baño de su casa, con el corazón devastado por un infarto y con un par de cajas de somníferos encima. El espectáculo había llegado a su fin.

Presley fue el hijo de una generación flamante y excepcional de los Estados Unidos. Había nacido en 1935 en Tupelo, Misisipi, y empezó a cantar por descarte y por casualidad. Un chico normal, un estudiante promedio en la escuela, sorprendió a su maestra al entonar con buena voz los cantos religiosos de las mañanas escolares. A los diez años apareció por primera vez sobre un escenario: vestido de cowboy participó el 3 de octubre de 1945 de un concurso en el que ocupó el quinto puesto con la canción “Old Shep”, que cantó trepado a una silla para alcanzar el micrófono.

Después, como siempre sucede, le regalaron su primera guitarra; en 1948 su familia se mudó a Memphis, Tennessee, y Elvis fue estudiante de la Humes High School: coleccionó muchísimas notas C, que quiere decir que aprobaste raspando, y pasó por alto el letal comentario de una profesora de música, siempre hay alguien, que le dijo que no tenía ninguna aptitud para el canto. Era un adolescente tímido, que armaba un dúo, un trío con sus compañeritos de escuela, aunque en tercer año empezó a moldear su personalidad artística, al menos en lo exterior: dejó que crecieran sus patillas, se peinaba con un jopo enorme moldeado con fijador y aceite de rosas, que era además la moda de la época.

En agosto de 1953 pagó unos dólares de sus ahorros para grabar un acetato, aquello no era un disco ni nada, en Sun records: cantó “My Happiness” en la cara A y “That’s When Your Heartaches Begin” en la cara B. Años después diría que fue un regalo para su madre, o que sólo había grabado aquello para saber cómo se escuchaba. Uno de los biógrafos de Presley, Peter Guralnick, sostiene que Elvis grabo aquello con la esperanza de ser descubierto por algún cazatalentos de la compañía. Quien lo atendió, el camino al éxito es insondable, fue Marion Keisker que era una especie de recepcionista de talentos y “filtro” de la compañía. Hizo dos preguntas a Elvis: qué clase de cantante era y a qué cantante sonaba su voz. A la primera, Elvis contestó “Canto todos los géneros”. A la segunda: “No suena a ninguno”. Tenía razón. La prueba fue escuchada por el mandamás de Sun, Sam Phillips que le pidió a Marion que anotara el nombre del muchacho. Marion lo hizo con un comentario agregado: “Buen cantante de baladas. Retener”. También ella tenía razón.

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