Apenas habían transcurrido 10 minutos de debate y las redes de móviles demócratas se saturaron en la noche del jueves. Los mensajes de nervios, shock, incredulidad y luego abierto pánico se multiplicaban entre congresistas, senadores, gobernadores y el inmenso aparato nacional. Joe Biden parecía al borde del colapso, inconexo.
Pablo R. Suanzes
Le costó llegar caminando al atril, no lograba mantener la boca cerrada, parecía desorientado, desubicado. Mal cuando escuchaba, peor cuando respondía. La situación fue a peor durante la primera media hora, y aunque remontó algo hacia el final, la sensación que impera desde entonces en el Partido Demócrata y entre todos los analistas es que el presidente no puede ser el candidato para noviembre.
La vía para buscar alternativas está establecida y no presenta impedimentos legales, pero políticamente es un avispero y exigiría que Biden aceptara irse para no causar un cisma destructivo.
La postura oficial del aparato demócrata es de apoyo al presidente, porque nunca ha ocurrido que un incumbent, un líder en el cargo y con ganas de seguir, sea apartado a estas alturas. Antes de la Convención formal que debe ratificar su estatus, a finales de agosto, pero habiendo participado ya en un cara a cara.
Si Biden optara por hacerse a un lado tras la debacle o si el partido, directamente, a través de Clinton o de Obama, le hiciera ver que los números tras el debate hacen casi imposible su victoria, sería necesario escoger rápido una alternativa.
Y aunque es pura especulación, en Washington circulan desde la noche del jueves muchos nombres. Algunos sonaron en 2023, antes de saber si Biden buscaría la reelección. Otros son de pura lógica, como la vicepresidenta Kamala Harris.
Y unos cuantos más son los que están en el banquillo de cara a 2028 o intentaron ya en el pasado la opción presidencial para darse a conocer, como Gina Raimondo, secretaria de Comercio, o Pete Buttigieg, secretario de Transportes y el único abiertamente gay.
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