El 26 de mayo de 1828, en la ciudad alemana de Núremberg, un joven de aspecto desaliñado y paso vacilante apareció como un espectro salido de las sombras. Kaspar Hauser, como se llamaría luego, emergió de la nada frente a la taberna donde el maestro zapatero Beck terminaba su jornada. Aturdido y balbuceando en un dialecto incomprensible, el muchacho llevaba consigo dos cartas, la primera supuestamente escrita por su madre, declarando que había nacido el 30 de abril de 1812 y que su padre, ya fallecido, había sido soldado del sexto regimiento de caballería. La segunda, dirigida al capitán von Wessenig, mencionaba que el chico había sido cuidado en secreto y ahora quería ser soldado. Un análisis grafológico posterior reveló un detalle inquietante: ambas cartas habían sido escritas por la misma mano.
Por: Infobae
En sus primeras semanas, Kaspar fue llevado bajo la custodia del alcalde Andreas Hiltel. Al principio, su comportamiento extraño y su limitada capacidad de comunicación alimentaron todo tipo de teorías y rumores sobre su origen. Cuando finalmente comenzó a hablar, contó una historia que parecía sacada de una pesadilla: dijo haber vivido en una pequeña celda oscura, alimentado solo con pan y agua, con un hombre desconocido que le enseñó a escribir su nombre y a caminar, pero que nunca mostró su rostro.
Este enigmático joven, que parecía haber salido de las profundidades de un cuento gótico, se convirtió en una sensación, un enigma que fascinó y perturbó a partes iguales.
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