En el ruedo de la política, la farsa se convierte en realidad y la realidad se disfraza de farsa. En ninguna elección presidencial los candidatos admiten públicamente que van a perder, todos aseguran que van a ganar, hablan como ganadores y actúan como tales. Sean de oposición o de gobierno, estén mal o bien en las encuestas, la retórica victoriosa es el pan de cada día en el escenario político.
Es una danza predecible, un guión trillado que se repite una y otra vez en cada contienda electoral. Los candidatos se visten con la capa de la confianza, se adornan con la corona de la certeza y desfilan por las calles prometiendo un futuro brillante y próspero para todos. Es un juego de espejos donde la verdad se desdibuja y la mentira se convierte en moneda corriente.
Y en medio de este teatro de sombras y luces, emerge el protagonista de turno: Nicolás Maduro, el hombre que se aferra al poder como un náufrago a su tabla salvavidas. Maduro, el presidente que se autoproclama ganador antes de que se cuenten los votos, que se jacta de tener el respaldo del pueblo a pesar que todo el mundo lo haya visto solitario en pueblos y ciudades, rodeado apenas por su vasto elenco de escoltas. mientras su país se desangra en la miseria y la represión.
Pero no está solo en su delirio de grandeza. A su lado, los privilegiados, los cómplices de su régimen corrupto, los que han amasado fortunas a la sombra de su poder despótico, le siguen en su delirio de grandeza con ojo cerrado y otro abierto pues no ignoran del todo la verdad. Son los beneficiarios de la opresión, los verdugos disfrazados de benefactores, los que aplauden con entusiasmo cada palabra hueca que sale de la boca del autócrata.
Y así, en medio de esta farsa grotesca, el pueblo venezolano sufre en silencio, atrapado entre la espada y la pared, entre la promesa vacía y la amenaza velada. Mientras tanto, Maduro y sus secuaces se regodean en su burbuja de poder, creyendo ser invencibles, inmunes a la justicia y al juicio de la historia.
Sembrando Dudas: Estrategia Maquiavélica
Desde los oscuros rincones del poder Nicolás Maduro despliega sin pudor alguno la violencia en todas sus formas. No le importa mentir, intimidar, amenazar, descalificar, perseguir o agredir con tal de alcanzar su objetivo: presentarse como un candidato invencible en las próximas elecciones o, en su defecto, seguir la estrategia a lo Jalisco: “si pierde, arrebata”.
¿Qué busca Maduro con semejante despliegue de violencia? Su objetivo es sembrar la duda en la mente del pueblo venezolano, socavar la posibilidad del cambio político y, en última instancia, inhibir el voto opositor. Sabe muy bien que solo la abstención puede salvarlo de una derrota humillante.
El régimen de Maduro ha recurrido a tácticas despiadadas para mantenerse en el poder. Ha utilizado la represión como una herramienta para silenciar a aquellos que se atreven a alzar la voz en contra de su gobierno. Ha encarcelado a líderes de la oposición, ha perseguido y acosado a periodistas y defensores de los derechos humanos, ha utilizado a las fuerzas de seguridad para reprimir brutalmente las manifestaciones pacíficas y para impedir el libre tránsito de sus adversarios políticos.
Pero la violencia no se limita solo a las acciones físicas. Maduro también ha empleado la violencia verbal, descalificando a sus opositores y difundiendo mentiras descaradas con el fin de confundir y manipular a la opinión pública. Ha creado un clima de miedo y amenaza constante, donde aquellos que se atreven a cuestionar su autoridad se convierten en blanco de sus ataques.
Esta estrategia maquiavélica tiene un propósito claro: desmoralizar a la oposición y empujarla hacia la abstención. Maduro sabe que si logra sembrar suficiente duda en la mente de los votantes, si logra convencerlos de que el cambio político es imposible, entonces podrá mantenerse en el poder sin enfrentar una verdadera competencia.
Violencia Desesperada
La narrativa de la violencia que emplea Maduro, y repite a coro su entorno, acusando y agrediendo sin ton ni son, cumple claros momentos de un plan macabro que descubre en él un estado anímico de desesperación.
Una fórmula capaz de llevarlo a dar pasos cada vez más peligrosos que atentan contra la paz del proceso electoral, el clima de zozobra que está sembrando es sumamente grave y pudiera llevar al país a una situación límite que nos coloque en el umbral del desquicio, de la violencia. Un cuadro en el que Maduro sería el único favorecido, como lo ha sido hasta ahora para seguir atornillado en el poder, su propósito no es político ni mucho menos ideológico, es estrictamente personal: beneficiarse del poder junto a la perversa rosca que lo rodea.
La incesante danza de la violencia que ha desplegado Nicolás Maduro en Venezuela revela un estado anímico de desesperación, una estrategia despiadada que busca mantenerse en el poder a cualquier costo. El régimen, lejos de optar por la vía del diálogo y la conciliación, ha recurrido a tácticas maquiavélicas para socavar la posibilidad del cambio político y sembrar el temor en la mente del pueblo venezolano.
La estrategia de Maduro, repetida por su entorno con fervor fanático, tiene como objetivo principal crear un clima de zozobra y desconfianza que pudiera llevar al país a una situación límite. La violencia verbal y física, las amenazas y la intimidación, son herramientas que el régimen utiliza para sembrar dudas en la mente del pueblo venezolano y desmoralizar a la oposición. Este cuadro desolador es alimentado por un propósito estrictamente personal: beneficiarse del poder junto a una perversa rosca que lo rodea.
La narrativa de la violencia se convierte así en un retrato vívido de los extremos a los que puede llegar un líder desesperado por mantenerse en el poder. La falta de escrúpulos y la disposición a dar pasos cada vez más peligrosos atentan contra la paz del proceso electoral y ponen en riesgo la estabilidad del país. La obsesión por mantenerse en el poder se convierte en una danza macabra, donde las víctimas son los ciudadanos que anhelan un futuro mejor.
Unidos en la resistencia
Es crucial reconocer la gravedad de esta situación y estar alerta ante los intentos de manipulación y desestabilización. La resistencia pacífica y la unidad de los ciudadanos son fundamentales para contrarrestar esta estrategia desesperada. Solo a través de la determinación y la solidaridad podremos enfrentar los peligros que se ciernen sobre nuestro país.
La danza macabra de Maduro revela una realidad tétrica, pero también nos recuerda la importancia de mantenernos firmes en nuestra lucha por un futuro mejor. No permitamos que la violencia y la manipulación nos paralicen. Sigamos adelante con valentía y esperanza, porque el poder último reside en nuestras manos.
No todo está perdido. A pesar del despliegue de violencia y manipulación por parte del régimen, el deseo de cambio sigue latente en el corazón del pueblo venezolano. La fe en un futuro mejor y en un gobierno que respete los derechos y las libertades individuales persiste, a pesar de todos los obstáculos.
Es en estos momentos de incertidumbre y desesperanza donde es más importante que nunca mantenernos firmes y unidos. Debemos resistir los intentos de intimidación y manipulación, y recordar que nuestro voto es nuestra voz, nuestra herramienta para construir un futuro diferente.
En este panorama sombrío y cargado de tensiones, debemos permanecer vigilantes y alertas. Debemos reconocer las tácticas del régimen y no permitir que nos dividan ni nos desmoralicen. Solo a través de nuestra determinación y unidad podremos superar los obstáculos que se nos presenten y alcanzar el cambio político que tanto anhelamos.
Que estas palabras sirvan como recordatorio de que, a pesar de la violencia y la manipulación, el poder último reside en nuestras manos. No dejemos que la incesante danza de la violencia nos paralice. Sigamos luchando por un futuro mejor para todos los venezolanos.