León Sarcos: La historia del cerebro, el estrés y las nuevas tecnologías

León Sarcos: La historia del cerebro, el estrés y las nuevas tecnologías

Nadie puede darte paz, excepto tú mismo. Ralph Waldo Emerson

Una vez, alguien que amé me regaló una caja llena de oscuridad. Tardé años en entender que eso también había sido un regalo. Mary Oliver

Nuestra ansiedad no se produce por pensar en el futuro, sino por querer controlarlo. Kalhil Gibran





Hay días en que siento todo el peso del universo sobre mis hombros. Entonces, lloro desconsoladamente como el primer día y solo pienso en el amor de la madre Tierra.

Tenía diez noches continuas soñando. Cultivador de sueños por tradición familiar, ellos de alguna manera condicionan el plácido o estresante desenvolvimiento que tendrá el día. Siento que me he convertido en un maestro en asuntos oníricos, una especie de onironauta con tal grado de seguridad y agudeza retentiva e interpretativa que ya no tengo necesidad de anotarlos. Simplemente los repaso al abrir los ojos, con la amorosa carga emotiva que posean y emito a mi cerebro la orden: guardar.

Unos son verdaderos pasajes de ensoñación que mientras duermo me hacen vivir los episodios más emocionantes, excitantes y sublimes; otros, pueden ser grotescos y surrealistas. Al despertar me estimulan a experimentar lo que es sentirse consagrado espiritualmente o en su lugar abatido emocionalmente, presto a dejarme seducir el alma por cuanta oculta encarnación estética tenga la gracia o ventura de hacerse presente con la aparición del sol. Hoy, confieso que la vida soñada siempre será más bella que la vivida, a pesar de que en ocasiones el sueño pueda parecerme atroz.

El telar mágico 

La noche anterior, antes de cerrar los ojos, me acosté releyendo un libro maravilloso sobre ciencia y pleno de embrujo literario, que leí tres décadas atrás, escrito por Robert Jastrow, eminente astrónomo profesor de la Universidad de Columbia y fundador del Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la NASA, titulado El telar mágico. Estudio del cerebro y la computadora, que en uno de sus párrafos decía:

El comportamiento flexible es la esencia de la inteligencia y aparece con los mamíferos, cuando los padres se hacen responsables de sus críos y superan a los reptiles que antes los devoraban, a excepción del cocodrilo.

En él se refiere –entre muchos otros ítems– al origen de la vida y hace similitudes entre la Génesis divina explicada en los libros sagrados y el origen científico enunciado en la teoría evolutiva mediante una gran explosión del universo que aconteció 20 mil millones de años atrás. Donde no hay forma de coincidir, es en la causa reveladora de ese estallido para los creyentes y los evolutivos testimonios de los fósiles para los seres humanos dedicados a la ciencia. 

Ciencia y religión

Los científicos creen que cada efecto posee una causa natural, y que cada acontecimiento en el universo puede ser explicado por fuerzas naturales; sin embargo, la ciencia no ha podido descubrir ninguna fuerza a la que pueda atribuirse el inicio del universo, y no ha logrado encontrar hasta ahora ninguna prueba de que existiera antes de ese primer momento. 

De ahí que el astrónomo británico E. A. Milne haya escrito esta aséptica afirmación: No podemos hacer conjeturas acerca del estado de las cosas [en el Principio]; en el acto divino de la Creación Dios no es observado ni tiene testigos. 

La historia de la humanidad, de acuerdo con Jastrow, ha sido una cadena sucesiva de distintas especies que desde hace mil millones de años en que aparecen los primeros animales multicelulares, hasta los 200 millones de años en que se hacen presentes los mamíferos, dan cuenta de una multifacética historia científica donde se gesta el cerebro del ser humano de nuestros días. 

Desde siempre removido en su homeostasis por factores internos que afectan el equilibrio de su sistema fisiológico, y desde el punto de vista emocional y psíquico en lo que respecta a su expresión última, el humano teniendo que soportar las agresiones del entorno, de sus pares, de los predadores, de los distintos Estados, de las fuerzas represivas, de hábitos de consumo y gustos subliminalmente impuestos, de la naturaleza, del mercado, y ahora, de las nuevas tecnologías.

Un largo y lento proceso de evolución

En el principio, no de la Biblia, sino de la ciencia, todo era agua; de acuerdo con testimonios fósiles, la migración de los peces a tierra firme ocurrió 350 millones de años atrás. Tenían un cerebro de conformación muy simple con tres compartimientos: una sección frontal para el olfato, una media para la visión y una posterior para el equilibrio. 

Tras 25 millones de generaciones apareció una forma transicional que vivía parte de su vida en tierra firme y parte en el agua, como el personaje que protagoniza la muy laureada película de Guillermo del Toro, La forma del agua. Eran los anfibios, antepasados de la rana y el sapo, aún parecidos a los peces en sus huevas y en su piel. Finalmente, tras 50 millones de generaciones más, las mejoras fueron completadas.  

Al final de ese largo intervalo llegó a existir un animal, completamente emancipado del agua, en el cual los rasgos de sus antepasados pisciformes eran apenas perceptibles. Ese animal era el reptil. Apareció sobre la tierra 300 millones de años atrás y fue dueño indiscutido de la tierra firme durante un tiempo, sin más enemigos que los de su propia especie.

Los reptiles florecieron y dieron nacimiento a muchas grandes líneas de evolución: lagartos, serpientes, tortugas, cocodrilos, dinosaurios, pájaros y mamíferos. Todas esas antiguas formas de vida eran totalmente no inteligentes y sus descendientes siguieron iguales. Pero los mamíferos fueron distintos. La historia de la evolución de la inteligencia es, de hecho, su historia. La aparición de los mamíferos representó, para Jastrow, el primer gran paso en la evolución del cerebro. 

La gestación del nuevo cerebro

El sueño me había vencido después de un prolongado cabeceo en señal de resistencia. Me quedé dormido y fui a visitar la tierra de mis ancestros indígenas. Vi a Gaspar, uno de mis compañeros de juego de niño, que sentado en un caucho como lo hacíamos antaño, esperaba el color crepúsculo del cielo flotando en una laguneta que se hacía cuando la marea alta se había calmado.

Lo llamábamos El cazador de Lunas, porque pasaba noches enteras contemplándola en sus distintas fases, sin inmutarse, hasta que la luz del día le decía que había que volver a casa. En ocasiones disfrutábamos en luna llena la Danza de las vírgenes, mirando embelesados cómo ellas danzaban hacia atrás, perseguidas por los fantasmas Pulowi, cerca de la orilla, casi desnudas, apenas cubiertas con mantas guajiras hechas de tul de seda blanca. 

Desperté sonriente, complacido, y retomé a Jastrow, que anotaba: cuando los mamíferos evolucionaron, su cerebro empezó a cambiar. Primero desarrollaron una serie de instintos relacionados con los de los reptiles en lo referente al sexo y la procreación. El más importante fue el cuidado paterno de los hijos. Al mamífero que faltase a ese instinto elemental de cuidar a su progenie, le representaba poca descendencia y en consecuencia su progresiva extinción.

Aparición de la corteza cerebral

Gasparito, mi gran amigo, vivió su corta vida de 50 años aparentemente solo con el cerebro reptil. Era un ser humanamente excepcional. De niño descubrí tres virtudes que después me ha sido difícil encontrar juntas entre mis otros grandes amigos: la bondad, la lealtad y una inteligencia hecha a fuerza de puro sentir.

Nunca aprendió a leer ni a escribir, pero tenía una enorme capacidad para entender y compartir los deseos y las creencias de los demás a base de puro instinto, un olfato para captar matices de olores y un muy buen gusto por las mujeres bonitas. 

Los antiguos progresos del cerebro reptil –la búsqueda de comida, la presencia de la pareja y la huida ante el predador– eran todavía esenciales para la supervivencia. El resultado sería que el puesto de mando en el cerebro que controlaba el comportamiento instintivo se hizo mayor. 

Un cerebro en cambio continuo

Pero los cerebros mamíferos cambiaron también en relación con su forma de vida nocturna. Cuando esos animales penetraron en sus 100 millones de años de oscuridad –en los que tuvieron que vivir para escapar de los predadores–, el cerebro visual disminuyó en importancia y el olfativo se expandió. Dos bulbosas hinchazones crecieron en el cerebro olfativo, una a cada lado, repletas de circuitos que comparaban la entrada de datos del sentido del olfato con la información representada por los demás sentidos. Esas dos hinchazones constituían los dos hemisferios cerebrales.

Más tarde, cuando el dominio de los reptiles desapareció y los mamíferos empezaron a salir durante el día y a confiar en el sentido de la visión tanto como en el del olfato, hubo que añadir más circuitos al cerebro para recibir la nueva información de los ojos y analizarla. Estos nuevos circuitos añadidos para la visión se hallaban también en los hemisferios cerebrales que, como resultado, crecieron aún más. 

Al crecer la superficie de los dos hemisferios cerebrales, encajadas en cráneos de limitados tamaños, empezaron a adquirir la arrugada apariencia característica de un animal inteligente y un nuevo nombre: puesto que formaban casi toda la superficie del cerebro, esas regiones empezaron a denominarse corteza cerebral, del latín córtex, que designaba la piel de la fruta.

La primitiva región que contenía los circuitos para el comportamiento instintivo del reptil y del mamífero primitivo, está ahora completamente envuelta y enterrada bajo la corteza cerebral humana. Aquel antiguo puesto de mando, reliquia de nuestro distante pasado, sigue vivo dentro de nosotros. A él se atribuye el hecho –según algunos experimentos– de que los sentimientos paternos de hoy sean considerados fuente de algunas excelentes emociones humanas que nacen aun de esas primitivas zonas programadas del cerebro, que se remontan a la época de los primeros mamíferos, hace más de 100 millones de años

El viejo cerebro y el nuevo cerebro

En un momento me detuve a pensar si no estaba siendo muy explícito con la historia del cerebro humano y llegué a la conclusión de que no. La percepción de los factores internos y externos que provocan todos los desequilibrios biopsíquicos humanos se gestan allí donde está el puesto de comando del mundo, y la gente debe saber cómo y cuánto tiempo tomó el proceso de llegar hasta aquí, y especialmente qué presumimos viene después, para que crezca la memoria involuntaria y aparezcan nuevas para nutrir el corazón del arte. 

Juntos el viejo y el nuevo cerebro, su funcionamiento es similar –afirma Jastrow– a dos mentalidades habitando en el mismo cuerpo. Una gobernada por estados emocionales que han evolucionado como una parte de viejos programas para la supervivencia; su sede se halla en los antiguos centros cerebrales del mamífero primitivo, bajo la corteza cerebral. Contiene los programas básicos de supervivencia relacionados con la huida ante el peligro, el hambre, la sed, la procreación y los cuidados paternos.

La otra mentalidad está gobernada por la razón. Es la que analiza, procesa, selecciona, elige, decide cuál es la mejor opción; es la que realmente piensa antes de actuar, porque es la parte inteligente, que maneja la información y evalúa causas y consecuencias de cada acto, dando primacía, en la mayoría de los casos, al deber ser. La corteza cerebral es la sede de la memoria, el aprendizaje y el pensamiento abstracto. 

El cerebro piensa; el ordenador calcula; pero los dos dispositivos parecen funcionar siguiendo los mismos pasos fundamentales en el razonamiento lógico. Toda la aritmética y las matemáticas en general pueden ser reducidas a esos pasos primarios. Gran parte del pensamiento puede ser reducido a esos mismos pasos. 

Tan solo Jastrow diferencia las más altas escalas de la actividad creativa, que parecen desafiar, con mucha razón, a este análisis. Aunque es posible que incluso el pensamiento creativo pueda ser reducido de este modo, si logramos penetrar en la mente subconsciente para examinar el proceso que aparece a nivel consciente como el destello de la iluminación o el golpe de genio.   

Sobre el estrés 

Si la historia del cerebro  humano es la historia de todas las especies animales hasta alcanzar, después de miles de millones de años de evolución, lo que hoy conocemos como inteligencia, es decir la capacidad de comportamiento flexible; entonces, todas las especies, aun teniendo comportamientos no inteligentes –la causa principal del porqué no han evolucionado– han dependido para sobrevivir del principio de homeostasis y viven sometidas al proceso de estrés, cuya expresión inicial se le atribuye a Hans Selye (1907-1982) quien lo llamó Síndrome General de Adaptación. 

La homeostasis consiste en la capacidad de mantener una condición interna estable compensando los cambios del entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior (metabolismo). Es, en síntesis, como lo describió Claude Bernard (1813-1878), la capacidad que tiene el cuerpo para regular y mantener sus condiciones de equilibrio interno. 

La mejor definición del estrés fue la que leí de Escobar y Alarcón (1997): El estrés es la respuesta psicobiológica del organismo humano frente a un estímulo interno o externo y que puede ser percibido, recordado o imaginado. No es solamente lo que pasa hoy, que te presiona y te afecta emocional y fisiológicamente; es lo que te ha molestado siempre y lo recuerdas, es también lo que imaginas y no vas a tener cómo solventar mañana y te desespera. 

La importancia del sistema político-económico

Lo primero que debo expresar es que los niveles de estrés se manifiestan en forma muy variable, dependiendo de la organización y eficiencia del sistema político, económico y social de cada sociedad: el grado de participación política que se ostente en el ejercicio de los derechos humanos; el nivel de satisfacción de necesidades básicas que se haya logrado superar, expresado en buena medida por la asistencia que se preste a la salud y por la calidad de la educación; también en cuanto al bienestar material logrado en el tiempo, y en el saneamiento ambiental, cuidado de la tierra y el grado de desarrollo humano y cultural que pueda exhibir.

El estrés es consustancial con la vida y no tiene que ver solo con la satisfacción cumplida de las necesidades que nos permiten vivir una vida normal de expectativas y ascenso social. Hay estrés de crecimiento personal, lo que llamo el estrés hedónico, estrés producto del fogueo por alcanzar méritos y más prestigio, estrés por ganar competencias si se trata de deportes. Pero también hay estrés amoroso, estrés profesional, estrés por el futuro de los hijos, estrés por amistades, estrés por los vecinos. Estrés existencial. Sus causas son variables y muy diferentes en las sociedades escandinavas, los países latinoamericanos y los países comunistas.

Los niveles de estrés, valorados en tres categorías: baja, media y alta, en las poblaciones de países con sistemas político-económico y niveles culturales diferentes, se expresa de manera marcadamente distinta en cada uno de ellos. La economía, la participación política, la calidad de vida, la salud, la educación son distintas. El manejo y uso de las tecnologías, principal factor de agresión subliminal al cerebro humano, en unos se administra democráticamente, en algunos se regula y en otros se interviene.

Causas internas

Hay factores internos y externos que conspiran contra esa estabilidad. Los internos dependen de los niveles de cuidado, prevención, información y atención que demos desde muy temprano al funcionamiento fisiológico de nuestro cuerpo. Básicamente, para mantenerlo debemos ser cuidadosos con el tipo de alimentación, manteniendo una dieta balanceada, una vida sana que incluya la práctica del deporte y cualquier otro tipo de ejercitación, la dosificación del alcohol y el alejamiento del consumo de sustancias psicotrópicas, además de tomar vitaminas y otra clase de los medicamentos apropiados que fortalecen nuestro sistema inmune, y chequeando periódicamente el estado de nuestra salud mediante evaluaciones integrales. 

Causas externas

Las causas externas se encuentran en el tipo de entorno que nos rodea, la calidad de la educación que recibamos en casa, las garantías que nos ofrece el sistema político-económico imperante, los niveles de solidez cultural de cada uno de los países donde se vive y lo imprevisible de los fenómenos naturales. 

El estrés es consustancial a la existencia del ser humano, pero el gobierno, con la calidad de atención y servicio que presta al ciudadano, debe encargarse de que sea procesado en niveles de tolerancia, manejables por el control individual y social, para bienestar de la salud mental y material de las sociedades.

Existe la tendencia a creer que el estrés solo es el resultado de circunstancias externas a nosotros, cuando la verdad es que constituye un proceso de interacción entre los eventos y situaciones del entorno y nuestras respuestas cognitivas, emocionales y físicas.  

Manifestaciones del estrés

Existen señales frecuentes de estrés expresado en cierto tipo de emociones: ansiedad, irritabilidad, miedo, angustia y turbación. En el pensamiento:  excesiva autocrítica, dificultad para reinventarse y tomar decisiones, olvidos, preocupación por el futuro, excesivo temor al fracaso, pensamientos repetitivos. Manifestaciones conductuales del estrés: dificultad del habla, llantos, reacciones bruscas a los demás; aumento del consumo de tabaco, alcohol y estupefacientes, mayor predisposición a accidentes. En el cuerpo: manos frías o sudorosas, dolor de cabeza, dolores en cuello y espalda, malestar estomacal, fatiga, respiración agitada y palpitaciones, temblores y boca seca.

El exceso de estrés es la causa principal del aumento de azúcar en la sangre. Es una reacción de autodefensa del organismo y es hoy día el factor principal de enfermedades que afectan el sistema nervioso, así como también el cardiovascular.

El camino de la suficiencia

No voy a caer en la ligereza de los influencer tan de moda hoy día, que agrupando a los seres humanos también en especie de algoritmos, tienen respuestas ideales para hacer feliz al desgraciado, alegre al apesadumbrado, amoroso al despechado, dócil al arisco, pobre al rico, brillante orador al tartamudo y tierno al resentido. Siempre desde que soy un adolescente he creído que el único médico de los desajustes psíquicos y las carencias espirituales es uno mismo, mediante la autointerpelación, y socialmente, buscando la seguridad en el desarrollo de las potencialidades, en el esfuerzo propio y en la autoconfianza.

Cuando no, hay que ir al psicólogo o al psiquiatra, según la naturaleza del mal, teniendo cuidado de no enamorarte porque puedes terminar peor. Hay aproximadamente 7.500 millones de habitantes en el planeta, cada uno es fisiológica y emocionalmente diferente al otro, su base genética varía, su óptica de la vida distinta y sus dolencias del alma infinitamente variables. No en vano alguien dijo una vez que el único género literario que sobrevivirá será la autobiografía; el ser humano es tan rico, tan diversificado, tan misterioso, tan original que puedes jugar con la posibilidad de conseguir probabilidades de identidad y llegarás al infinito sin haberlas encontrado.

El estrés y las nuevas tecnologías

Las nuevas tecnologías avanzan por todo el mundo sembrando sus provocaciones, sus estímulos al ego, sus exhibicionismos decadentes, su oferta interminable de productos y protagonismos ilusos, donde el cuerpo y sus intimidades son joyas muy apetecibles al cerebro reptil; pero usado en proporciones mucho menores, en términos globales, por el nuevo cerebro o cerebro inteligente para los fines que supuestamente fueron creados: cerrar la brecha entre la ignorancia y el conocimiento –colateralmente si aceptamos que la primera herramienta para salir del atraso es la educación–, y para matizar la abismal diferencia que hoy se extiende entre ricos y pobres.

No me cabe duda de que el uso y abuso dados a la tecnología torcieron su camino constructivo  para ayudar al ser humano a superarse y con toda intención ha sido concebida principalmente como un gran negocio crematístico, para alimentar al incauto, ingenuo e inseguro cerebro reptil que trabaja sobre la base solo del instinto para buscar la comida, percibir el olor de la hembra en celo y quedarse a plantar pelea y volverse predador si quien lo ataca es más débil, o huir en caso contrario,  si se ve en peligro ante la superioridad de su enemigo.

Toda la acumulación de experticia, conocimiento y sabiduría obtenidos a través de miles de millones de años y millones de generaciones, ahora, lejos de dar un salto hacia adelante en busca del desarrollo humano y espiritual, va camino a crear máquinas que progresivamente nos irán desplazando del protagonismo en la Tierra.

Pienso que es el momento de empezar a trabajar en busca de un ser humano que piense sin temor alguno en la aleación selectiva de ciencia y religión, que se autogobierne, fraterno, bondadoso, responsable, y sensible que trabaje para lograr que el cerebro inteligente tenga más razones, belleza de alma y grandeza, para lograr un mundo más justo y digno que pueda convivir en paz perpetua.

Así como el cerebro evolucionó muy lentamente a través de millones de años y de generaciones, así mismo muy lentamente fue hinchándose la parte del cerebro que hoy funge de memoria de todas las vivencias acumuladas y sedimentadas por centenares de generaciones de académicos que dedicaron la mayor parte de su vida para dejar sus pequeños aportes para la prolongación de la vida de sus congéneres.  

No puede tolerarse que esa enorme riqueza, el único patrimonio verdadero y genuino de la humanidad, vaya a ser expropiado por máquinas inteligentes que, concentrando todo el saber y la experiencia, de alguna manera pasarán a gobernar el mundo y a hacer la sociedad más desigual, pues sus propietarios y productores, a través de ellas, serán los nuevos amos del poder. 

Epílogo

Cierro con dos opiniones científicas divergentes. La del matemático John Kemeny, pionero en el uso de ordenadores, que dice: la relación definitiva entre un ser humano y un ordenador será una unión simbiótica de dos especies vivientes, cada una de ellas dependiente de la otra para la supervivencia; el ordenador cuidará a sus asociados humanos los cuales subvendrán sus necesidades corporales con electricidad y piezas de repuesto. 

El problema, dice Jastrow, es que esa asociación no durará mucho tiempo. La inteligencia humana está cambiando muy lentamente, si lo hace, mientras que las capacidades del ordenador están creciendo a una velocidad fantástica… No hay ningún límite a la curva ascendente de la inteligencia de silicio; los ordenadores, al contrario del cerebro humano, no tienen que pasar por ningún canal de nacimiento.

Ante nosotros, continúa Jastrow, surge la visión de gigantescos cerebros empapados de la sabiduría de la raza humana y perfeccionándose a partir de ahí. Si esta visión es exacta, el ser humano está condenado a un status de subordinación en su propio planeta. Y concluye, la historia es vieja en la Tierra: 

En la lucha por la supervivencia, los mayores cerebros son los que han dominado. Hace un centenar de millones de años, cuando los pequeños mamíferos coexistían con los menos inteligentes dinosaurios, los mamíferos sobrevivieron y los dinosaurios desaparecieron. Da la impresión de que en el capítulo siguiente de esta historia que se está desarrollando, el destino colocará al hombre en el papel del dinosaurio.

Finalmente, Marvin Minsky, una autoridad en inteligencia artificial del MIT –Instituto Tecnológico de Massachusetts–, cree que finalmente aparecerá una máquina con la inteligencia general de un ser humano medio… la cual empezará a educarse a sí misma… en unos cuantos meses alcanzará el nivel de un genio… unos meses más tarde su poder será incalculable. Después de eso, si tenemos suerte, puede que decidan conservarnos con el papel que hoy tienen las mascotas.

León Sarcos, julio 2024/