Los últimos días del “hombre feliz” que fue condenado a la cámara de gas por un crimen que no cometió

Los últimos días del “hombre feliz” que fue condenado a la cámara de gas por un crimen que no cometió

Arridy había sido internado en el Hogar Estatal y Escuela de Capacitación para Deficientes Mentales de Colorado en Grand Junction cuando tenía 10 años

 

Joe Arridy siempre había sido fácil de convencer. Era un joven con discapacidad mental y un coeficiente intelectual de 46. Por eso, Arridy podía ser obligado a decir o hacer casi cualquier cosa. Y cuando la policía lo forzó a confesar un espantoso asesinato que no cometió, su corta vida llegó a su fin. Fue sentenciado a la pena de muerte.

Por infobae.com





Los padres de Dorothy Drain regresaron a su casa en Pueblo, Colorado, la noche del 15 de agosto de 1936, para encontrar a su hija de 15 años muerta en un charco de su propia sangre, asesinada por un golpe en la cabeza mientras dormía. Su hermana menor, Barbara, también había sido golpeada en la cabeza, aunque había sobrevivido de milagro. El ataque a las jóvenes provocó un gran alboroto en el pueblo, llevó a los periódicos a declarar que un asesino sexual estaba suelto y puso a la policía en la búsqueda de cualquier hombre con apariencia “mexicana” que coincidiera con la descripción proporcionada por dos mujeres que también afirmaron haber sido atacadas cerca de la casa de los Drain.

La confesión forzada de Joe Arridy

La policía estaba bajo una enorme presión para atrapar al asesino, y el sheriff George Carroll debió sentirse aliviado cuando Joe Arridy, de 21 años, quien había sido encontrado deambulando sin rumbo cerca de los patios de maniobras del ferrocarril local, confesó los asesinatos sin dudarlo.

Los padres de Joe Arridy eran inmigrantes sirios, lo que contribuía a su tez oscura, tal como lo describieron las dos mujeres que afirmaron haber sido atacadas en la ciudad. Enseguida, los medios locales lo señalaron como culpable. Las crónicas de la época relataban que sus padres eran primos hermanos, “lo que pudo haber contribuido a su imbecilidad”. Esta definición era usada por los diarios casi en todos los párrafos.

Arridy había sido internado en el Hogar Estatal y Escuela de Capacitación para Deficientes Mentales de Colorado en Grand Junction cuando tenía 10 años. Entró y salió varias veces de esta residencia, hasta que finalmente se escapó después de cumplir 21 años.

El joven discapacitado hablaba lentamente, no podía identificar colores y tenía problemas para repetir oraciones que fueran más largas que un par de palabras. El superintendente del hogar estatal donde vivió el joven recordó que “a menudo los otros chicos se aprovechaban de él”. Hasta una vez lo hicieron confesar haber robado cigarrillos.

Tal vez el sheriff Carroll se dio cuenta de lo mismo y aprovechó la situación para sacarse el problema y la presión del pueblo de encima. Carroll ni siquiera se molestó en escribir la confesión que obtuvo del joven. Durante el juicio, incluso la fiscalía señaló: “¿Tuvo que, como decimos comúnmente, ‘arrancarle’ todo?”. Las preguntas tendenciosas de Carroll incluyeron preguntarle a Arridy si le gustaban las chicas, seguido inmediatamente de “Si te gustan tanto las chicas, ¿por qué las lastimas?”.

Dado el tipo de preguntas, el testimonio de Arridy cambiaba rápidamente según quién lo interrogara y permanecía ignorante de algunos de los detalles más básicos de los asesinatos hasta que se los contaban (como el hecho de que el arma utilizada había sido un hacha).

La confesión del crimen que no cometió

Debería haber sido evidente para todos los involucrados que Joe Arridy no era culpable. Parece más probable que el responsable de los crímenes fuera Frank Aguilar, un mexicano que fue encontrado culpable de los hechos y ejecutado después de ser identificado por Barbara Drain.

Todo esto ocurrió mientras Arridy aún estaba detenido por los asesinatos. Las fuerzas del orden locales estaban convencidas de que Aguilar y Arridy habían sido cómplices en los crímenes. De cualquier manera, ni siquiera la ejecución de Aguilar parece haber frenado la indignación pública. Así, a pesar de que los tres psiquiatras que testificaron en el juicio lo declararon con discapacidad mental y un coeficiente intelectual de 46, el joven también fue declarado culpable y sentenciado a muerte.

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