“Es peor que un crimen, es una estupidez…” la frase se la atribuyen a Tayllerand, Gran Chambelán de Francia, a propósito de la ejecución del duque de Enghien, ordenado por Napoleón durante la época en que ejerció como Primer Cónsul.
Fue un acto fútil, sin sentido, que perfilaba al personaje que terminó en la Isla de Santa Helena, adonde fue conducido por los ingleses, a quienes terminó entregándose, para evitar ser capturado por sus propios paisanos franceses.
Allí, en sus delirios postreros, terminó dando órdenes a ejércitos que no existían, perseguido seguramente por miles de fantasmas como los del Duque de Enghien.
El atentado contra la vida de María Corina Machado y su equipo, que ha tenido lugar en Barquisimeto esta semana, tiene todas las características de un disparate postrero del gobierno.
Ahora bien, ¿Por qué se equivocan así? La respuesta es paradójica, y sorprendente: La verdad, es que han llegado a un momento, en el que solo pueden continuar, equivocándose una y otra vez. Están en un punto, en el que su único acierto sería la admisión precoz de la derrota y eso no lo van a hacer. Es una condena, como la de Sísifo y de ella no pueden escapar.
¡Pero ojo! No es forzado que quienes dirigen el gobierno estén conscientes de que se equivocan. Cuando Hitler abanderó escuadrones de niños y ancianos, en las afueras de su bunker, es muy probable que hubiese pensado que ese sacrificio final, podría haber detenido al Ejercito Rojo en los suburbios de Berlín. Es muy probable, igualmente, que cuando la cúpula gubernamental discursea en sus mítines y amenaza con baños de sangre, piensen que eso va a funcionar y que el mandado está hecho.
En resumen, otro error, otro más en la seguidilla que vienen cometiendo desde que pensaron que las primarias fracasarían; que MCM caería en la trampa de la abstención; que los candidatos de la “fiel oposición a Su Majestad”, dividirían al electorado; que las bolsas CLAP aun garantizan control social; que los empleados públicos aún les temen y que, con invocar a los “apellidos”, la gente de a pie, se iba a cuadrar con ellos.
En fin, los errores, los benditos errores del adversario que siempre son tan necesario.
De hecho, cuando analizamos las transiciones y los cambios de régimen, es cuando notamos que éstos se convierten en norma, cuando ningún gobierno puede prever de donde saltará la liebre. Es lo que le pasó Honecker y a su STASI, la mejor policía política del mundo (la que combinaba la crueldad soviética, con el rigor y la precisión alemana) cuando se les fue entre las piernas, el rolincito de dejar abierta una puerta por donde todo Berlín oriental, termino colándose hacia el occidental. Quedaron paralizados, sin poder actuar. Los que eran tan valientes para ametrallar a un joven que corría entre alambradas, para visitar a su novia del otro lado, no pudieron hacer nada cuando ciento de miles de berlineses caminaron hacia la libertad.
Y es que cuando los errores de los gobiernos, coinciden con la voluntad de cientos de miles, las cosas cambian. Es el momento, para decirlo en el lenguaje del “viejo topo”, en el que la clase deviene de “clase en sí, en clase para sí”, es decir, de muchedumbre, pasa a ser población consciente, y se empodera de una causa que, en nuestro caso, es la de la libertad y la del cambio.
Pero como, para el gobierno “las desgracias nunca vienen solas”, esa causa de cientos de miles, tiene un liderazgo solido que ha hecho posible que hoy estemos donde estamos, es el de María Corina Machado y un candidato que es Edmundo González Urrutia. Para ellos, una tormenta perfecta: errores del gobierno, millones de personas empoderadas y un liderazgo claro y decidido.
Es cierto que, a pesar de esta realidad, todas las conjeturas sobre el 28 y los días siguientes, siguen abiertas: Sin embargo, es aún más cierto que, cada día que pasa, los costos de quedarse a “gobernar” un país insumiso, cada vez mas aislados y teniendo que pagar el altísimo precio de aplastar, por la fuerza, la voluntad nacional, será infinitamente superior, al de permitir una transición pacífica, negociada y democrática. En ese sentido, nuestro trabajo hoy en día, es hacer que crezca una inmensa fuerza disuasoria de cualquier disparate postrero del gobierno, como el de Napoleón en su laberinto.
Maduro, como lo afirmara en un excelente artículo, nuestro amigo Pedro Benítez, no puede hacer lo que quiere hacer y podrá aun menos si el 28, los venezolanos usamos nuestra única arma, la del voto, para que se dé cuenta que somos millones los que queremos un cambio.
Que seremos también millones los que acompañaremos, en vigilia cívica, a nuestros testigos hasta que salgan con el acta de la mesa en la mano y que luego, nos uniremos a los ríos de compatriotas que celebraremos en las calles la gran fiesta del regreso de la libertad y la democracia.