Guzmán Blanco es especialmente recordado por tres razones:
La primera como el modernizador. Bajo su hegemonía emprendió la construcción de obras de gran envergadura. En Caracas, construyó el Capitolio Federal, la Basílica de Santa Teresa y Santa Ana, el Paseo El Calvario, el Arco de la Federación, remozó la fachada de la entonces sede de la Universidad, hoy palacio de las Academias, al estilo neogótico, y en el Zulia, se edificó el Teatro Baralt. También la red ferroviaria nacional. En el área de la educación, dicta el decreto de Instrucción Primaria Pública y Obligatoria, crea la Dirección Nacional de Instrucción Primaria, entre otras medidas.
Segundo, como promotor del culto a Bolívar, inaugura la Plaza Bolívar de Caracas, con la estatua del Libertador, el Panteón Nacional, establece una moneda nacional; el Bolívar, la estampilla con la imagen de Bolívar, la designación oficial del Gloria al bravo pueblo, como Himno Nacional.
Tercero, por el culto a la personalidad, erigiendo estatuas a sí mismo, la ecuestre frente al actual Palacio de las Academias, nombrada popularmente el Saludante, y otra pedestre en el Calvario, llamada también por el pueblo el Manganzón y unió los estados Aragua, Nueva Esparta, Guárico, Miranda y el Departamento Vargas, para crear un gran estado con su nombre: Guzmán Blanco.
Pese a su innegable aporte a la modernización del país en todos los ámbitos, también pasó a la historia como un gobernante corrupto por el nivel de riqueza que amasó al abrigo del poder, para nadie era un secreto que, durante su hegemonía, hizo uso del erario nacional para provecho propio y el de sus cercanos, e incluso, antes de llegar a la presidencia, un ejemplo de ello, fue la negociación de la deuda externa del país que llevó a cabo en 1861 bajo el mandato del General Juan Crisóstomo Falcón.
A propósito de este tema, recientemente, fui invitado por VPITV, al programa Buenos Días, para presentar el análisis grafológico de Guzmán Blanco, que aparece en mi libro Grafología Histórica de Venezuela, la grafología estudia la personalidad del individuo a través del análisis de los rasgos de su escritura. Lo curioso de este caso es que, desde el punto de vista grafológico, Guzmán Blanco no tiene trazos de delincuente o ladrón. Según su biógrafo, Tomás Polanco Alcántara, Guzmán no se consideraba delincuente. Tenemos que decir que, a finales del siglo XIX el manejo de la llamada cosa pública o el erario público permitía a algunos funcionarios, como los agentes de aduana, lucrarse, y posiblemente, al negociador de la deuda o de empréstitos, asimismo, con las obras de infraestructura, como los ferrocarriles.
Lo cierto es, que hasta hoy quedó signado como ladrón. Sobre este asunto, hay una anécdota, que cierta o no, ha pasado a la historia, y en ella se recoge esa especie, y es como sigue: Guzmán Blanco transitaba en su carruaje por la ciudad acompañado de su cuñado Manuel Antonio Matos, a su paso, alguien le gritó: “GUZMÁN LADRÓN”, a lo que este respondió: Guzmán soy yo, el ladrón debes de ser tú.