Tutankamón, conocido como el faraón niño, es una de las figuras más emblemáticas del Antiguo Egipto. Ascendió al trono a una edad muy temprana y su reinado, aunque breve, ha sido objeto de fascinación durante siglos.
Juan Manuel Godoy
La misteriosa muerte del faraón a los diecinueve años y el descubrimiento de su tumba intacta en 1922 por el arqueólogo Howard Carter han alimentado numerosos enigmas y teorías sobre su vida y muerte.
La fascinación por Tutankamón no solo radica en los tesoros encontrados en su tumba, sino también en los múltiples estudios científicos que se han realizado para entender mejor su vida y su apariencia.
A lo largo de los años, diversos análisis de su momia han revelado información sobre su salud, sus posibles enfermedades y hasta teorías sobre las causas de su prematura muerte. No obstante, su verdadero rostro ha sido un misterio que la tecnología moderna ha intentado descifrar.
El joven faraón se casó con su media hermana Ankhesenamun y no tuvo descendencia. Sin embargo, se cree que el matrimonio gestó dos fetos que nacieron muertos y que fueron momificados e incluidos en la tumba de Tutankamón, la misma que el egiptólogo británico Howard Carter encontró intacta en 1922 en el Valle de los Reyes. La tumba, llena de riquezas y objetos misteriosos, ha perpetuado el mito y la fascinación por este joven faraón.
Recientemente, una reconstrucción facial basada en tomografías computarizadas de su momia ha permitido a los científicos recrear la apariencia del faraón con una precisión sin precedentes. Este hallazgo no solo aporta una nueva dimensión a la historia de Tutankamón, sino que también ofrece una conexión más tangible con una de las figuras más enigmáticas y estudiadas de la historia. La revelación de su verdadero rostro, después de 4000 años, constituye un avance significativo para la arqueología y la historia, proporcionando una visión más detallada y realista de uno de los personajes más icónicos de la civilización egipcia.
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