Este panorama de servicios colapsados, de ingresos misérrimos, de migraciones forzadas, de hospitales y escuelas abandonadas, de corrupción generalizada, de ilegalidad depravada y de represión brutal, tendrá punto y final si efectivamente salimos a votar masivamente. El gobierno se reconoce impopular y apuesta por el desaliento y la desesperanza, pero se equivoca, el rechazo ciudadano les gana por kilómetros.
No puede ser de otro modo cuando su estrategia es la mentira y la triquiñuela, típica de los estafadores, que ven en el engaño su única posibilidad de éxito, porque desfallecen en ideas y hechos probatorios de lo que predican. En nombre del pueblo se han convertido en una máquina de multiplicar la pobreza extrema y han atentado contra la libertad de opinión y de conciencia, derechos inalienables en cualquier gobierno medianamente respetable.
La ciudadanía vencerá con convicción y con coraje la supuesta incertidumbre. De nada servirán los gastos milmillonarios de propaganda hechos en Nueva York (¡tamaña insensatez!) y en todo el territorio nacional, la judicialización de los partidos políticos, la triste compra de opositores a última hora (signos del desespero), las persecuciones y los encarcelamientos injustos de líderes sociales, la narrativa de sangre y odio para detener el entusiasmo de un pueblo dispuesto a cambiar. Este 28 de julio se desnudará ante el mundo la verdad que recorre a Venezuela: el fin del anacrónico y esclerótico despotismo del siglo XXI.